miércoles, 30 de enero de 2013

PANÓPTICOS DEL SIGLO XXI


SECCIÓN HISTORIAS CLÍNICAS DEL BORDA

Quien alguna vez haya recorrido los pasillos del Hospital Borda no se debería sorprender por atravesar en la institución ciertos estados rayanos con aquello que Freud describió oportunamente como "Lo Ominoso" (o "Lo Siniestro" de acuerdo a la traducción que se prefiera). 

Muchos menos quien -como es mi caso- desempeñe desde hace algún tiempo tareas asistenciales y profesionales (y pretenda llevar a cabo una práctica analítica con los pacientes) en condiciones ciertamente fellinescas y bizarras, a veces por las condiciones infrahumanas que envuelven materialmente al llamado encuadre en las terapias -reflejando el derrumbe sanitario de un capitalismo en descomposición mundial-, a veces porque trabajar con la locura, inmiscuirse sin tocar la puerta en el delirio del paciente, comprender su lógica, intentar construir  junto con el paciente un puente -aún bastante precario, como esos puentes de hileras de madera que se "menean" para todos lados con sogas como barandas donde el héroe de la película siempre está a punto de caerse al abismo- hacia cierta "realidad" un tanto menos agobiante que lo Real de las psicosis.

Gran parte de nuestro hospital (cuando digo "nuestro" no me refiero al pronombre posesivo que referencie una propiedad de profesionales, trabajadores y/o pacientes de la institución sino al conjunto de la llamada "comunidad", y cuando digo "hospital" no lo digo liviana y ni gratuitamente frente a las des-calificaciones permanentes homologandolo con campos de concentración o manicomios propiamente dicho, si bien persisten prácticas manicomiales como "residuo histórico") carece de servicio de gas natural desde la Semana Santa del año 2011. Un corte  nunca aclarado por el Gobierno de la Ciudad, que dió lugar como movimiento de protesta a la aparición inesperada en escena de un conjunto de trabajadores "invisibles" que permanecían velados por sus propias representaciones sindicales orgánicas, el cual tuve el honor de participar oportunamente. Desde luego que las autoridades nunca reestablecieron completamente el servicio de gas. Digo "desde luego" (lo cual puede leerse un tanto cínico) porque ninguna autoridad comunal reestablecería un servicio esencial en una institución que pretende ser literalmente cerrada (de hecho, se viene consumando el cierre silenciosa y gradualmente desde hace años) para construir un "Centro Cívico" como cabecera de playa de un formidable negociado inmobiliario.

Sin embargo, como una de las tantas "cortinas de humo", muchos nos vimos sorprendidos cuando las autoridades municipales resolvieron instalar equipos tipo split frío-calor cuando era inminente el desembarco invernal el año pasado, particularmente en los Servicios de internación ubicados en los sectores carecientes del servicio de gas (como el que me toca desarrollar mis tareas). Como se hizo prácticamente marca registrada la frase del tristemente célebre difunto Capitán Ingeniero Alvaro Alsogaray, "Hay que Pasar El Invierno" (palabras pronunciadas en junio de 1959 por el entonces Ministro de Economía cuando se anticipaba uno de los tantos ajustes del Gobierno "desarrollista" de Frondizi). 

Los split instalados (junto a termotanques eléctricos) vinieron a "pasar el invierno" (leáse a evitar que el deceso de algún paciente por hipotermia termine desatando un escándalo que ponga en riesgo los planes gubernamentales de cierre de Hospital y posterior negociado inmobiliario in situ). Algo nos llamó la atención a muchos. Los aparatos fueron instalados solamente en el sector de camas (no así en otros sectores de los Servicios donde se desarrollan talleres grupales y otros dispositivos).

Confieso que muchos dudamos sobre la perdurabilidad en el tiempo del buen funcionamiento de los artefactos. No por prejuicios sino por antecedentes de sobra. Puro juicio. Igualmente, los split que fueron traídos para "compensar" la falta de gas natural no pudieron remediar una herida de muerte en la cotidianeidad del "loco" en el Hospital: el agua caliente para el ritual obligado del mate colectivo. Uno de los tantos puntos donde lo bizarro irrumpe nuevamente en escena hasta dar cuenta -cuando de vez en cuando salimos de naturalizar ciertas cosas dentro del Hospital e inocentemente le hacemos alguna pregunta a los pacientes "fuera de libreto"- que terminan tomando el "mate colectivo"...con el agua caliente de las duchas.

Luego de un tiempo transcurrido y absorvido por la transferencia institucional, en el mejor de los casos sufrimos de algo así como una gran "neurosis institucional". El encumbrado psicoanalista argentino Fernando Ulloa, fallecido en el año 2008 -quien debe haber acumulado toneladas de suela gastada en recorridas de neuropsiquiátricos-, llamaba "encerrona trágica" al vínculo de dependencia inevitable que se establece entre el paciente y la institución. Su eximio colega y compañero de ruta José Bleger, en la misma sintonía, sostenía que las instituciones "manicomiales" no enfermaban por los conflictos inherentes a su propia existencia, sino por sobre todas las cosas a la falta de recursos para advertirlos y orientar una superación de los mismos. Lo que no logra ser simbolizado ni significado del "malestar" (también de "la cultura", siguiendo a Freud) en la relación de los sujetos de una institución, con ella misma. A partir de ahí, un cúmulo velado de resistencias puede convertirnos a los "poseedores del saber sobre la cura" en un océano infinito de ceguera.

Recién me dí cuenta del agobiante calor porteño hoy, cerca del mediodía cuando me había permitido tomarme un breve descanso luego de tres horas de trabajo. Por supuesto que el ventilador del consultorio individual ya ha pasado a ser una pieza de museo patrimoniada (y en desuso) en el Pabellón. Casi instintivamente me dirigí al sector de camas (Sector V.I.P. de splits) del Servicio cual beduino sediento hacia un oasis. El desembarco a ese "microclima" (en el sentido estricto y amplio) fue lo más hermoso que me había pasado hasta ese momento del día. Por supuesto que la mayoría de los pacientes se encontraban recostados. Con un alivio casi celestial para mis sentidos, lo primero que atiné a decirles como humorada e (¿irónicamente?) es: "¡Bueno, acá sí están como verdaderos Reyes!" Algunos, hasta aprobaron con una sonrisa mi "chiste" el cual -con cierta descontextualización- podría haber resonado a un hediondo y nauseabundo tufillo a cinismo.

Los splits -y los pacientes- al final "pasaron el invierno", la primavera y ahora el verano, momento en que recién  ceden los murales de la ceguera para percatarse de la lógica física en la ubicación de un artefacto "aliviador" que calefacciona en invierno y refresca en verano. No hace falta padecer de la "distimia" o "abulia" del "melancólico" o el "esquizofrénico" para quedarse recostado en la cama y no sentirse medianamente motivado a asistir a distintos espacios terapéuticos o recreativos que obligararían -en estas condiciones- a padecer temperaturas verdaderamente displacenteras para el cuerpo humano, independientemente del grado de afección en el "principio de realidad" que cada uno tenga.

Mucho ha escrito el filósofo Michel Foucault sobre las instituciones "cerradas" (fábrica, cárcel, manicomio). Entre otros aspectos destacados de su biografía y su producción literaria, es bien conocido como "reflota" a la hora de profundizar sus conceptos El Panóptico de Jeremías Bentham, una obra publicada terminando el Siglo XVIII donde se describe la disposición arquitectónica de las por entonces prisiones. Lo sobresaliente del asunto es que el tipo de construcción habilita a que el sujeto encerrado en la celda sea permanentemente vigilado, sin que él pueda ver al vigilador. En su destacado libro Vigilar y Castigar, Foucault extendió el modelo a las fábricas y manicomios para garantizar la vigilancia en "la distribución de los cuerpos".
 
Vaya ironía (muy siniestra) de la historia. Un nuevo Panóptico "Acondicionado" en mi Servicio del Hospital Borda, garantía absoluta de la postración de los cuerpos, "acondicionados" a las muy bajas y altas temperaturas de estación que se padezcan.Sin dudas, había que "pasar el invierno".

Hernán Scorofitz

martes, 29 de enero de 2013

FREUD TOMÓ COCAÍNA


Copia de la Tapa Original  Del Manuscrito "Über Coca" de Sigmund Freud (1883)


SECCIÓN PSICOANÁLISIS (i)MITO

Me atrevo a asegurar que cualquiera que elija el oficio de analista, al menos en esta latitud del planeta, y que encima de todo lo confiese o simplemente lo comente por las circunstancias que sean frente a un "Otro" -lego del arte de la escucha del inconsciente-, seguramente deberá atravesar algunas "escenas fantasmáticas" casi obligadas: desde una demanda de saber totalmente fuera de encuadre en plena "transferencia salvaje" con un típico  "Vos que sos psicólogo... ¿Qué quiere decir cuando sueño que..." hasta prácticamente una demanda moral con insinuaciones "proyectivas" achacadas a la elección de oficio o profesión con el clásico "Uds. los psicólogos están todos locos". 

Por razones de economía de tiempo y espacio, no me pondré quisquilloso y omitiré por qué los analistas no nos sentimos tan "a gusto" cuando nos endilgan -o a veces nos elogian- por ser "psicólogos" (aunque nuestro título universitario en la mayoría de los casos así lo acredite). 

En todo caso, por razones casi de puro silogismos (o muchas veces de comodidad o de "razones de economía de tiempo y espacio"), los freudianos sí nos podemos hacer cargo que somos "psicólogos", pero no todos los "psicólogos" adhieren al psicoanálisis y al legado de Freud. Es justamente con El Maestro con quien a veces las "escenas fantasmáticas" pueden volverse, digamos un tanto más engorrosas o complicadas.

¿Qué analista nunca pero nunca, al señalar aunque sea discretamente su adhesión al psicoanálisis desde su práctica, no se encontró con: "Uh... pero ese Freud era un degenerado...! Y encima 'descubrió' la cocaína!"? Lo que podría hacer las delicias de algunas corrientes post de la filosofía -como por ejemplo el señor Michel Onfray quien desde Francia se ha abocado prácticamente en estos últimos años a publicar libros en base a presuntos datos autobiográficos de Freud para desacreditarlo- y a nosotros nos despierta nuestra escandalizada y elitista "estirpe intelectual" que todo analista lleva consigo, mirando y oyendo a nuestro interlocutor de ocasión como un supino ignorante que "habla por hablar", alimentado por lo que circula míticamente en eso que llaman "Imaginario Colectivo", en relación al psicoanálisis y su padre fundador.

Si "los locos y los chicos dicen la verdad" (por eso "a los locos los encierran, y a los chicos los educan" -brillante graffiti que estaba en el patio de mi querido colegio secundario), los "ignorantes" muchas veces también. Pero no los encierran y a veces, los "mal" educan. Hasta Lacan planteó que "la verdad es siempre a medias". 

No considero a Freud como un "pervertido". A pesar de haber "inventado" eso que plantea que hasta los más "sanitos" llevan para toda su vida y en sus "entrañas del inconsciente" el deseo de fornicar con su madre y/o padre, además de indefectiblemente desear asesinar -casi siempre fallidamente- a este último. En todo caso le podemos achacar, si nos guiamos en nombre de la moral y las buenas costumbres, sus amoríos casi confesos con Minna (vaya nombre) Bernays, hermana de su esposa Martha. Así es, era amante de su cuñada -9 añitos menor- y hasta se iba a vacacionar a ostentosos hoteles en los Alpes Suizos con ella, con el conocimiento de su propia esposa, eso sí. Podríamos engrosarle quizás a la lista de reclamos por "buenas costumbres" ciertos tratos con sus hijos. Pero nada muy distinto a los millones de neuróticos que inundan los divanes por todo el mundo (y especialmente nuestro país).

Pero si se trata de asumir el lugar de "abogados defensores" de nuestro Maestro ante cada bravuconada que tenga que ver con eso que ...Y encima 'descubrió' la cocaína!, a la hora de echar un vistazo medianamente riguroso, estaríamos condenados a conceder la "culpabilidad" (pero no "la culpa") de nuestro Maestro.

Veamos.

 En el año 1880, mientras la cocaína era incluída oficial y formalmente en la lista de medicamentos permitidos de los Estados Unidos (sí, leyeron bien), el joven Freud -con tan solo 24 años- se aprestaba a recibirse de médico en Viena. Como buen judío vienés, habiendo cumplido (seguramente con el deseo de su madre) con la graduación de la carrera de medicina, empieza a inquietarse con diversas publicaciones científicas. Se entusiasma con los testimonios del uso de la cocaína de Theodor Aschenbrandt, quien describe como la administración de esa nueva sustancia casi desconocida a soldados con agotamiento físico severo, dolor, estreñimiento y otras lesiones terminaba curando a los convalecientes combatientes con una velocidad increíble.

El año1884 es el año del "bautismo de fuego" del efímero culto de Freud por la cocaína. La degusta por primera vez a finales de abril, se la "prescribe" a su amigo Ernst von Fleischl-Marxow -adicto a la morfina-. Le encantó. Entusiasmado casi maníacamente con las propiedades anestésicas (en eso radicó sus estudios con el médico oftalmólogo y austríaco Carl Koller para la anestesia local en cirugías oculares) y excitatorias de la cocaína, se aboca a la escritura de Über Coca; no duerme noches enteras para concluir lo antes posible su publicación -seguramente no era su "entusiasmo" lo único que permitía mantenerlo insomne- y en simultáneo a su escritura científica, derrochaba un sin fin de palabras en honor a su prometida Martha, con quien mantenía una fogosa correspondencia a distancia, donde no faltaban los elogios también a su flamante "descubrimiento". En una carta sellada el 2 de Junio de 1884, la prosa no expresa justamente un juramento de romanticismo y caballerosidad para su enamorada: ¡Ay de ti, mi princesa, cuando yo llegue ... veréis quién es el más fuerte, una chica dulce que no come lo suficiente o un hombre grande y salvaje que tiene cocaína en su cuerpo!. Para entonces, luego de "blancas noches" maratónicas, el escrito estaba prácticamente terminado.

 Un año más tarde, la jarana de la euforia cocainómana "episódica" daría lugar al costado más "positivista" del Maestro. En Contribución al Conocimiento De los Efectos de la Cocaína (1885) Freud intenta demostrar que las causas de las conductas tipificadas causadas por el consumo de cocaína (irritación, euforia, insomnio) pueden hasta ser producidas por el mismo cuerpo humano. Dos años más tarde, mantiene una defensa casi militante pero condicionada de la sustancia investigada (y por sobre todas las cosas consumida). En 1887, en el texto Anhelo y temor de la cocaína sostiene una suerte de "condicionalidad" en lo que se refiere al grado de adicción inmanente a la sustancia, afirmando que los adictos a la morfina (que por ese entonces se contaban por centenares de miles sobre todo en las clases altas) serían el "terreno fértil" para el "mal uso" de la cocaína. Así como hoy las etiquetas de muchas bebidas alcohólicas rezan por el "beber con moderación", Freud sostenía lo mismo.

Quizás desalentado por la muerte por sobredosis de su gran amigo Ernst von Fleischl-Marxow -a quien nos remitimos algunos párrafos arriba- más la reprobación de la comunidad científica que lo rodeaba, el Maestro se retira a sus "cuarteles de invierno" en lo que se refiere a su entusiasmo científico (y consumista) por la cocaína.

Nadie mejor que él para contar sobre como El Inconsciente pasa facturas, más tarde o temprano. En su -por momentos- habitual autoanálisis, en 1895, Freud relata su paradigmático Sueño de la Inyección de Irma. Un sueño del propio Freud donde su paciente (Irma desde luego era el seudónimo de la militante feminista de por entonces Emma Eckstein, vienesa de clase acomodada perteneciente a una familia socialista) aparece entre distintos invitados en "un gran vestíbulo" y se muestra ante Freud "pálida y abotagada", lo que lo obliga a "llevarla hasta la ventana y revisar el interior de su garganta".Freud se reprocha -siempre en el sueño- haber "descuidado sin duda algo orgánico".
No importa para el caso las interesantísimas interpretaciones del descriframiento onírico del sentido y los significantes que Freud (y muchos años después Lacan) hace sobre el sueño. Ni por qué la inyección. 
Aterrado, rememorando el sueño en su autoanálisis, "confiesa":  "Lo que veo en el interior de la garganta: una mancha blanca y escaras en las conchas nasales". De acuerdo a las biografías autorizadas y "no autorizadas", más al propio testimonio de Freud a la hora de las interpretaciones, mientras la mancha remite el cuadro de difterítis que había aquejado a su hija mayor pocos años atrás, las "escaras" (o podríamos decir "lacanianamente" es-"caras") en la nariz desnuda el superyo culposo del propio Freud, habitué consumidor de cocaína por ese entonces para la supresión de hinchazones nasales. El detalle es que el Maestro sabía que una paciente suya que solía consumir cocaína padecía una necrosis de la membrana de la nariz. 

Un verdadero monumento a la condensación y desplazamiento a manera de remordimiento gozoso y superyoico para pedir disculpas (nunca aceptadas) a su difunto amigo Ernst von Fleischl-Marxow.

No sabemos si Freud fue un "degenerado". Pero sí, Freud soñaba, se angustiaba, engañaba a su mujer con su propia cuñada y encima de todo, tomó cocaína.

Hernán Scorofitz

lunes, 28 de enero de 2013

SUICIDIO: CUANDO SE MATA AL (EL) SUJETO POR SEGUNDA VEZ


SECCIÓN CULTURA EN MAL-ESTAR

Salvo entre los estoicos y me arriesgo a decir millones de japoneses, creería que el suicidio como 'acto de honor' nunca tuvo muy buena prensa. La influencia judeo-cristiana en Occidente de seguro ha aportado lo suyo. Nadie es quien para quitarse 'el don de la vida' que Dios nos da, ni el mismo ser 'propietario' del don divino (que muchas veces padece tortuosa e insoportablemente su condición de ser).
El psicoanálisis no aparenta tener una posición 'políticamente correcta' con el suicidio, muchos menos con los suicidas, muchísimo menos con sus familiares.
Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, en un texto no muy difundido llamado De Guerra y Muerte (1915), Sigmund Freud -que evidentemente como muchos visualizaba una carnicería humana en el horizonte- destacó casi a modo de imperativo superyoico 'pro-vida' que "soportar la vida sigue siendo el primer deber de todo ser vivo". Algunos años más tarde, el maestro vendría con la pésima noticia  que en todo sujeto (independientemente de sus condiciones de existencia) es la pulsión de muerte la que siempre se sale con la suya. Su "Más Allá del Principio de Placer".
Para Lacan, el suicidio no representaba un 'acto patológico' (comúnmente llamado en la clínica psiquiátrica y psicoanalítica 'pasaje al acto') sino una mera 'posibilidad' en acto.
Podrá sonar 'reduccionista', 'sacado de contexto' o hasta 'irresponsable' parafrasear y citar a Lacan, quien en 1974 (Televisión) afirmó que el suicidio es “el único acto que tiene éxito sin fracaso”. Unos años antes en el Seminario De un Otro al Otro había sostenido que "La dimensión propia del acto es el fracaso".
Se me ocurre publicar justo un lunes (el mito y/o las estadísticas afirmarían que es el día de la semana con mayor cantidad de suicidios) un artículo escrito a mediados del año 2010, en ocasión que una ola de suicidios adolescentes en la ciudad salteña de Rosario de la Frontera conmoviera la provincia y al país. Lo indigerible de la imposibilidad preventiva de la pulsión de muerte en la pubertad (no sólo en ella). De cuando la culpa desplaza la responsabilidad subjetiva en el acto suicida. Cuando el sujeto muere dos veces.


SUICIDIOS ADOLESCENTES EN SALTA: CUANDO SE MATA AL (EL) SUJETO POR SEGUNDA VEZ

Primero fue el shocking game (un “juego” cada vez más popular entre vastas franjas de adolescentes que consiste en resistir el máximo posible un cuadro de asfixia autoinducida en conjunto con la filmación de la travesura para difundirla por Internet). Después no tardó en llegar la hipótesis de un “instigador” (para el caso, un profesor de baile). Luego, las “condiciones sociales, económicas” pauperizadas como consecuencia de la expansión del monocultivo de soja en la zona con el incremento de la pobreza y la desocupación que, lógicamente, tendría su efecto en los lazos familiares y en la (falta de) contención de los chicos por parte de los padres. Y por último, desde luego, la conductas tipificadas –y autodestructivas per se-  de los adolescentes descriptas por diversas corrientes de la psicología.

La conmoción creciente producida por la sucesión de cuatro suicidios adolescentes en la pequeña y fronteriza localidad salteña de Rosario de la Frontera, en los últimos cuatro meses, ha convocado a que un verdadero “Shopping” de hipótesis policiales y periodísticas (algunas por demás amarillescas) conviva en las páginas de los diarios de masiva difusión con las más variadas teorías explicativas del fenómeno, particularmente desde el campo de la psicología, que para el caso, no se reduciría al psicoanálisis.

Lógicamente que también en nombre del psicoanálisis se han a-firmado en estos días decenas de notas y artículos donde abunda lo que dicen los libros en relación a imitaciones, pasajes al acto, identificaciones, melancolizaciones adolescentes, patologías del acto,  actings out, pulsión de muerte, rechazo a la castración, falta de modelos, caída del Padre, imposibilidad de desinvestir las figuras parentales y cuanto fenómeno visible encontramos en la clínica con adolescentes –y no sólo con ellos-, el cual estará presentado nominal y nosológicamente dependiendo de la corriente del psicoanálisis que se adhiera.

La tragedia de Rosario de la Frontera (y particularmente del sujeto adolescente) nos presenta una oportunidad para quizás decir algo más desde el psicoanálisis de lo ya dicho y de lo que por estos días prolifera en los diarios de tirada nacional sin distinción de un “copy and paste” de algún libro póstumo o paper presentado, eso sí, un tanto más “adaptado” para facilitar la comprensión del lector pagano. Sin dudas que un, el discurso universitario puede ofrecer –aún en la página de un diario- una explicación contingente –y continente- frente a la angustia que despierta de manera proyectada y especular lo siniestro de Salta en el lector de ocasión.

El problema es cuando la extensión de los párrafos vertidos en el papel buscando y describiendo causas y culpas, obturan el sentido de la responsabilidad del sujeto a la hora de un acto, aún aquel que le cuesta la vida, su vida, para no resignar una “libra de carne”.
Pueblo Chico, Infierno Grande
Muchos de quienes nos hemos criado en una ciudad “cosmopolita” –y todavía la habitamos-  solemos envidiar la llamada simpleza de las ciudades y pueblos del interior de nuestro país. Un imaginario que incluye la siesta como institución casi sagrada, donde “todos se conocen” (un fenómeno que suele ser reivindicado en términos de ligazón comunitaria) y no hace falta echar candado a la bicicleta cuando es dejada en la puerta del almacén o el municipio, mucho menos es necesario cerrar la puerta bien entrada la tarde cuando la rutina obliga a salir a la plaza del pueblo para cumplir con el ritual de “la vuelta al perro”, donde los vecinos se cruzan por –al menos- tercera vez durante el día.

Un abismo de distancia con la “locura” de la ciudad, una Ciudad donde en los últimos años que se ha reconvertido como consecuencia de diversos fenómenos históricos, sociales y económicos –la tan mentada reconversión inmobiliaria- cada vez es menos frecuente el banquito en la calle cual panóptico barrial, diríamos hoy una especie en extinción.

Así es descripta Rosario de la Frontera, el epicentro de la tragedia. Pero la serie no empieza allí. Durante el año 2005, en el departamento santafesino de Vera se suicidaron ocho jóvenes en 90 días. También cerca de Rosario, en la ciudad de Villa Gobernador Galvez (cuarta ciudad en importancia en Santa Fe) se registraron nueve suicidios adolescentes entre 1992 y finales de 1993.

¿Qué está pasando, entonces, con el paraíso perdido de la “vida de pueblo” que todavía prevalece en el interior de nuestro país (por lo menos en Rosario de la Frontera, Vera y Villa Gobernador Gálvez) y que propiciaría la fortaleza de los lazos comunitarios como anticuerpo preventivo  para poder evitar este tipo de pasajes al acto “en masa” que termina por acabar la vida de estos, nuestros, adolescentes? Algunos cuantos papeles –o mejor dicho hojas- de una extensa literatura bibliográfica del área social comunitaria parecen correr peligro de arder para poder comprender el fenómeno.

Quizás el recurso salvador resulte ser argumentar los efectos de la crisis económica como “efector” en la ruptura de lazos sociales y comunitarios, a su vez “efector” de la violencia doméstica y el maltrato familiar que amalgamados con el tánatos inherente a la vida anímica de los adolescentes resulta un “cóctel explosivo” y el consiguiente pasaje al acto de los jóvenes.  De lo que se trataría, para el caso, es enmendar con algún dispositivo grupal y comunitario el reestablecimiento de los lazos perdidos y poder prevenir lo que se buscar evitar. Algo muy parecido a lo que en verdadero estado de emergencia se encuentra por estos días organizando el gobernador salteño Urtubey (uno de los máximos señores feudales de la deforestación y el monocultivo de soja en nuestro país) para tapar el sol con la mano. Claro está, cuando la tragedia ya está consumada.

Así las cosas, la explicación sobre la crisis económica y sus consecuencias en el ámbito social y comunitario resultan ser un verdadero monumento a “la particularidad” contingente que acaba por borrar toda singularidad en cada uno de los actos en serie lamentablemente llevados a cabo por los jóvenes hoy sin vida.

La Culpa no es del Chancho…

Paradójicamente el propio psicoanálisis (o quizás algunos psicoanalistas) no se queda atrás a la hora de poder dilucidar una causa desde lo “general” para pretender explicar un fenómeno como este. Si algo enseña el psicoanálisis es que el sujeto (escindido por estructura) no está gobernado por su “yo”. Genialmente Freud describió (y la clínica comprueba día a día) esta “tercer herida narcisista” como una gran decepción a la cual no queda otra que resignarse mientras pretendamos ser parte de una civilización. Nosotros somos quienes creemos que gobernamos nuestros actos como ilusión de completad especular (yoica) pero es siempre el “Otro” (inconsciente) el que determina, insiste y habla por nosotros.

El sujeto adolescente se enfrenta justamente a dicha disyuntiva. Su fantasma se conmueve ante la falta del Otro y es hora de desempolvar los títulos heredados –en el mejor de los casos- para servirse de una ley, su ley, del padre que se plantea matar en lo simbólico. Ya no basta con “querer ser abogado como papá” ante la pregunta obligada de las tías de “qué vas a ser cuando seas grande”. La salida exogámica abre una instancia deseante no solo para ser sino también para ha-ser.

Tramitar la castración en el segundo despertar pulsional desde luego que no es lo mismo que tramitar un registro de conducir. Si para “ser” como papá hay que “ha-ser” otra cosa que papá asistimos a un verdadero tembladeral renegatorio excelentemente descripto por Freud en el imperativo superyoico: “Así como el padre debes ser. Así como el padre no debes ser”.

Esta es la trama crucial en el sujeto adolescente y los recursos simbólicos que dispondrá para arreglárselas frente a la castración simbólica y el caos pulsional de lo Real que indefectiblemente lo invade.

Los vericuetos de la contingencia fantasmática y la estructura pueden resultar un caldo de cultivo para que el adolescente termine identificado al objeto como resto que puede caer. En el mejor de los casos, la culpa que convoca el incesto y parricidio que fanáticamente insisten, dos al precio de uno, puede desembocar, si tenemos suerte, en la formación sintomática o una angustia que pueda abrir un cauce a la interrogación y la pregunta (la palabra del Padre muerto).

Sino, la instancia cada vez más conocida del “vacío” como recurso de obturar la falta, el acto transgresor que convoque un Otro del que no se tienen muchas noticias en el mundo simbólico donde entran las asfixias, los “cuttings”, los trastornos narcisistas o directamente el pasaje al acto al “fuera de escena” que puede terminar por acabar con la vida.

Para completar la “psicoanalización” del fenómeno, que mejor que hablar de lo típico que resulta la “identificación al síntoma” que circula corrientemente como valor de cambio entre los grupos adolescentes (el célebre ejemplo que pone Freud con la carta que recibe una joven en un internado que desencadena que todas sus amigas se pongan a llorar). Seguramente que reorientar, acotar el goce en el adolescente se impone como una proeza para el mismo sujeto (y muchas veces para el analista) en los tiempos de “padres caídos” y prevalencia de lo imaginario frente a lo simbólico donde un Real insiste anárquicamente.

Es la culpa, testigo de lujo del parricidio y el incesto constitucional a cualquier sujeto que pretenda serlo, desear y hablar, una verdadera fuente de formaciones inconscientes y actos peligrosos en el adolescente. Culpa que a veces deschava la deuda simbólica de sus padres, de ese Otro (que mal que nos pese está castrado). El saber popular no falla: hoy, cualquier conductor de un talk show de la tarde, frente a por ejemplo un niño que incurra en conductas indisciplinadas en la escuela, o un joven que camine permanentemente en la cornisa de la transgresión con sus actos, no tardará en decir: “la culpa es de los padres”.

Algo un poco más banalizado pero con el mismo espíritu que un psicólogo social comunitario intentará encontrar, por ejemplo, a la tragedia por la cual muchos adolescentes –como los de Rosario de la Frontera- deben atravesar. Ni que hablar además de muchos psicoanalistas que se ofrecen, justamente, en el lugar del Ideal como “los padres que no pudiste tener” a sus pacientes frente al cúmulo de inhibiciones, síntomas y angustias que suelen obligar a un motivo de consulta, o para mejor, a una demanda de análisis.

Si antes era la “particularidad” que trajo aparejado la ruptura de los lazos comunitarios (y sus consecuencias en la vida familiar) de lo que se valía la psicología social comunitaria para explicar (e intentar remendar) los suicidios de Salta, resulta ahora que somos los psicoanalistas (pero no el psicoanálisis) quienes se valen de “lo general” de la pulsionalidad tanática y las “nuevas patologías del acto” del sujeto adolescente para explicar lo siniestro.

Particularidad por un lado, Generalidad por el otro. Una verdadera paradoja y contradicción en el segundo ejemplo. Las causas y la culpa de lo particular y lo general terminan por relegar algunos de los más valiosos principios de la teoría y práctica del psicoanálisis: la singularidad y la responsabilidad del sujeto en sus actos.

Lo Singular en lo General: Discurso Capitalista en un Alma No Tan Bella

Nobleza obliga, a la hora de prenteder analizar desde el psicoanálisis fenómenos del campo epidemiológico como lo que hoy nos convoca e interroga en Salta, sin partir de algunos conceptos generales sería de un fundamentalismo epistémico grosero, en nombre del “caso por caso”. Sin embargo, insistimos en la necesidad de no perder el hilo abductivo desde una nosología general que tiene como objetivo analizar, prevenir y –por qué no- redireccionar o evitar esta ola de actos suicidas y autoflagelatorios en nuestro jóvenes.

A partir de ahí, nuestra escucha resulta la principal herramienta: “el cuerpo habla”, esa premisa casi bíblica que hasta el día de hoy sostienen los eruditos del área forense, vale también para la clínica psicoanalítica. Habla el cuerpo desemembrado en lo imaginario de la joven anoréxica, habla el cuerpo flagelado con la marca del goce del Otro del adolescente que se corta, habla también el cuerpo suicidado.

Llama la atención que –hasta donde sabemos- todos los pasajes al acto en Rosario de la Frontera fueron llevados a cabo ahorcándose con sogas y corbatas (en este último caso “curiosamente” las corbatas del uniforme escolar). Una notable diferencia con, por ejemplo, los suicidios propiciados en Villa Gobernador Galvez que en su mayoría fueron consumados con un tiro en la cabeza por medio de las armas de fuego de sus propios padres. Vaya novedad de versélas con la ley y la “potencia” fálica del Otro en el trágico juego identificatorio: la corbata de la escuela y el arma de papá (ley) devinieron en un medio para acabar con el sujeto y su deseo.

Los “cuerpos que hablan” en Salta nos muestran un panorama con una cantidad de adolescentes que viven (y mueren) “con la soga al cuello”, a diferencia de los de Santa Fé. Una comerciante de Rosario de la Frontera es muy gráfica a la hora de describir el panorama de la juventud: “Dejan la escuela porque quieren tener plata. Para la moto, la ropa, para parecerse el rico”. Parecerse como “para-ser-sé” es lo que impone superyoicamente en el discurso capitalista del (goce del) Otro social que oferta el consumo compulsivo de objetos en serie como camino a “la felicidad” cuando en realidad se trata de objetivar al sujeto, aplastar su deseo.

La épica frase de un poderoso banco multinacional para promocionar su tarjeta de crédito “Pertenecer tiene sus privilegios” se traduce a los costos de ese pertencer con el correlato de la tragedia manifiesta. Con la  “soga al cuello” con que viven y mueren es una muestra por demás elocuente de un obstáculo de la palabra.

Sin embargo, si nos quedamos con estas premisas para buscar causas y culpas de la tragedia, volvemos a matar por segunda vez al sujeto.  Uno de los padres afligidos por la ola de suicidios en Salta asume en nombre de su generación su presunta culpabilidad, o mejor dicho, su culpa: “Nos preguntamos que hicimos nosotros como padres, por qué no los escuchamos, por qué estamos tan metidos en nuestro trabajo. Ellos nos dicen cosas, incluso a través del silencio”.

Nada mejor para pintar la escena: es el silencio del cuerpo (muerto) que habla desde lo Real. Son estos padres que de manera culposa y autoflagelatoria desvinculan la responsabilidad del sujeto en cuestión a la hora de encontrar explicaciones y valerse de un duelo. Duelo del adolescente, pasaje al acto, duelo de los padres plagados de desmentidas en las dos generaciones.

Sin lugar a dudas el sujeto adolescente ubicado en estas coordenadas generales y particulares deviene a víctima, pero también es responsable. Si algo enseña el psicoanálisis es que la responsabilidad subjetiva convive con la determinación inconsciente. Y ahí es donde cabe bucear en la singularidad del “caso por caso”. Transformar al sujeto en lo que Lacan, basándose en Hegel, presentaba como alma bella (cuando el sujeto no se implica con su goce) es matarlo por segunda vez, ya sea como mecanismo renegatorio en su duelo, ya sea en nombre de las generalidades de la determinación inconsciente o de las particularidades económicas y sociales. Qué mejor que la irónica e histórica pregunta de Freud a Dora: “¿Y tú que tienes que ver con todo esto que te sucede?”

Una pregunta que lógicamente se plantearía como siniestra frente a un cuerpo muerto y suicidado. Una pregunta que hoy cobra un valor fundamental en la clínica de los bordes y las patologías del acto tan presente en un vasto sector de nuestros jóvenes. De-volver la responsabilidad subjetiva a los adolescentes en riesgo (y a sus padres). De-limitar causa, culpa y responsabilidad para que emerja una singularidad deseante hoy aplastada por el goce del Otro, y muchas veces también, por el discurso universitario que parte desde diversos campos referenciados con el psicoanálisis a la hora de explicar la tragedia de nuestros jóvenes.

Hernán Scorofitz


domingo, 27 de enero de 2013

EN EL NOMBRE DEL PADRE: UNA PERE-VERSIÓN ENCERRADA


SECCIÓN PSICOANÁLISIS Y CINE

Debo confesar la conmoción que me generó este film cuando tuve la oportunidad de verlo al momento de su estreno en nuestro país, habiendo cumplido recientemente la mayoría de edad. Supongo que el ruidoso atolladero que sentí saliendo de la sala tuvo que ver con la fuerte pregnancia de contenido combativo y emancipatorio (particularmente por la opresión imperialista sufrida por el pueblo irlandés "del Norte" desde el comienzo de la tercer década del siglo XX hasta nuestros días,   cuando Irlanda del Norte pasó a ser provincia británica) a lo largo de la trama hasta su desenlace. 

Confieso además haber visto la película en reiteradas ocasiones. Sin embargo, ya no la biografía de los personajes en "la ficción" (remarco comillas porque se remite a un hecho histórico verídico) sino el propio desarrollo autobiográfico mío -particularmente la tarea de analista- me ha llevado obligadamente ya no a "ver" sino a "oír" algunos aspectos de ese film, que antes pasaban desapercibidos. 

Claro está, el arte ha sido y sigue siendo una fuente inagotable de materia prima para la producción y literatura psicoanalítica; se ve, se escucha, se goza desde las barandas escópicas e invocantes del balcón de nuestro fantasma. Al igual que la escucha en la clínica. Escuchar (antes que interpretar) desde el lugar de analista, es por sobre todas las cosas también un arte. 

Seguramente por meras casualidades de biografías cruzadas, el título de la película se remite a uno de los principales operadores de la clínica analítica (re) "inventados" por Jacques Lacan (el verdadero inventor fue Sigmund Freud): El Nombre del Padre. Casualidad hasta por ahí. El título remite a una invocación celestial a "El Padre" (Dios) fundamental para la religión católica, que para el caso Re-liga al sector del pueblo (católico) irlandés oprimido por el imperialismo británico junto a la formación religiosa familiar del mismo Lacan hasta entrada su madurez.

Si bien no soy muy ávido ni adepto a los "psicoanálisis aplicados", e inclusive me permitiría realizar algunas correcciones o modificaciones al artículo que transcribo a continuación y que publiqué aproximadamente 4 años atrás luego de un Ciclo sobre "Psicoanálisis y Cine", una licencia heterodoxa de domingo me permite compartir lo vertido hace algún tiempo.


La Trama: Contingencia y Estructura

El film En el Nombre del Padre, dirigido por Jim Sheridan y protagonizado por el destacado actor Daniel Day-Lewis, conserva hasta el día de hoy, quince años después de su estreno una notable capacidad para conmover al espectador por una puesta en escena verdaderamente impresionante (su dirección, su banda de sonido, la fotografía, el guión y por sobre todas las cosas las actuaciones) y además, por el argumento que sigue el film, basado en una historia real.

La trama persigue la historia de Gerry Conlon en los años 70, un joven irlandés quien se destaca como el “ratero” de su barrio de la oprimida ciudad de Belfast, sin empleo ni perspectivas, y con la escenografía de fondo permanente de las tropas inglesas que mantienen la ocupación del país como símbolo de la histórica dominación imperialista del Reino Unido.

Gerry es el mayor de los hermanos de una familia típica de trabajadores: un padre empleado en oficios de “segunda” (los empleos calificados estaban ocupados por los protestantes) y una madre ama de casa. En la primer escena de la película se respira el odio de los irlandeses católicos oprimidos hacia las tropas británicas y el respeto hacia el Ejercito Irlandés Republicano (IRA) como institución de ley al interior de la comunidad católica.

La falta de perspectiva del joven Gerry lo obliga a seguir su “puro goce” (la posición simbólica de ley todavía no operaba al interior de su transgresora subjetividad) hacia Londres. En el viaje de ida en barco, se reecontrará con Paul Hill, un viejo conocido de su escuela, quien se suma a continuar su aventura en el corazón del Estado opresor de su nación. 

Al llegar, Gerry y Paul se suman inmediatamente a una comunidad hippie de ingleses y como consecuencia de un atentado del IRA a una taberna de Guilford, frecuentada por soldados ingleses y que causará cinco muertos, sumado a un problema de celos al interior de la comunidad, más los avatares de Gerry y Paul durante una noche que consiguen ingresar a la casa de una prostituta (y robar dinero y pertenencias), terminarán utilizados como “chivos emisarios” por el Estado británico enfrentado a la lucha independientista de IRA y serán enviados a una prisión de máxima seguridad.

El film muestra las burdas maniobras del Gobierno británico para demonizar a los irlandeses, el cual terminará enjuiciando y encarcelando con durísimas penas a la tía de Gerry y sus primos (que residían en Londres), a dos ingleses de la comunidad hippie y al propio padre de Gerry, Giuseppe, quien previamente al enterarse de la suerte de su hijo viaja inmediatamente a Londres.

La trama de la película nos permite no solamente desenvolver una aleccionadora joya cinematográfica sobre el caso de los “Cuatro de Guildford”, sino realizar recortes y escansiones fundamentales para poder analizar escenas claves, tomando como operador el nombre de la misma: (en) el Nombre del Padre, su función y la trama subjetiva del personaje. 

Nos permitimos dudar que la intención de Sheridan al titular su film se remita en un sentido estricto a una categoría tan sustancial en la clínica analítica (y particularmente en el desarrollo de la obra de Jacques Lacan); sin embargo, la contigencia de su título abre la posiblidad a realizar lo que creemos un por lo menos atractivo análisis del fantasma del Padre (y sus versiones), a lo largo del proceso de subjetivación del personaje de Gerry.

Los entrecruzamientos entre contingencia y estructura a lo largo de la película tomando ciertos parámetros y categorías lacanianas, y fundamentalmente las reformulaciones de Lacan sobre el problema del Padre (que ya venían del mismo Freud) en toda su obra se encuentan de una manera por demás sorprendente a la hora de abocarnos al fin propuesto.

Y lejos de pretender un análisis crítico desde el punto de vista cinematográfico o artístico, las puntuaciones en escenas y por sobre todo diálogos de la película, nos traslada a ciertas disyuntivas y desafíos que en la actualidad se nos presenta en la práctica clínica analítica. La emergencia latente de un sujeto y los vericuetos contingentes que se aparecen en cada escena hablan a las claras de una trama edípica que termina por resolverse de una manera cruda y dolorosa, pero a su vez habilitadora y emergente.

El Puro Goce de Gerry: De Belfast a Londres

Gerry ocupa el lugar del individuo del puro goce; su vida transcurre en Belfast entrando a casas de sus propios vecinos para robar las pertenencias y no hay ley de Padre que valga. El lugar imaginario de su propio padre Giuseppe se encuentra totalmente derruido y derrumbado. Su padre, siguiendo la metáfora de una banda de rock argentina, es un “gil trabajador”. Lo simbólico para Gerry se encuentra plenamente ausente. Se escapa de la ley del “Padre Terrible” (ejército británico) y de la propia persecusión de la inconsistente ley del IRA, ya que sus tropelías entre su vecindad terminaban poniendo en peligro a la propia organización clandestina. 

No queda otra que seguir escapándose del fantasma del “gil trabajador” y de la mala fama ganada entre su propia comunidad. Primer escena, una fallida “salida” exogámica hacia el gran Otro (terrible) del imperio británico: Londres.

Podemos ver el primer diálogo que mantiene con su padre, que acompaña a Gerry al puerto de Belfast a embarcar hacia Londres, la propia repetición –con otros alcances- del fantasma paterno.

Giuseppe le confiesa que de joven intentó irse también a Londres pero que a punto de marcharse “se volvió por una mujer”. Sorprendido, Gerry pregunta por su nombre y su padre le contesta “Sarah, tu madre, Sarah Mc Quire, que luego tuvo la mala suerte de cambiarlo por Conlon”.

Es claro en esta primer escena el Nombre del Padre ofrecido por el mismo Giuseppe, quien brinda su apellido (y el de Gerry) como una “mala suerte” para su mujer (y evidentemente como un destino trágico para su hijo). 

Si bien todavía no entra lo simbólico en escena, sí  aparece en la fantasmática el padre imaginario que Lacan refiere en el Seminario 4 La relación de objeto, el de la privación, el de la dialéctica enmarañada de la identificación, la agresividad y la idealización, que permite una instancia identificatoria con el padre.

Vaya si el apellido “Conlon” no va a resultar hasta el momento una calamidad para la subjetividad y el fantasma de Gerry. La continuación de la escena grafica la trama fantasmática. La “versión” de ese Padre es elocuente.

A punto de subir al barco, Giuseppe le dirige las últimas palabras: Ve y vive, hijo, es el mejor consejo que puedo darte. Recuerda, el dinero honrado dura más”.

La respuesta a modo de recuerdo del mismo personaje habla por sí sola: Subí por la pasarela corriendo para alejarme de él, pero me sentí mal. Quise llamarte Giuseppe por primera vez en mi vida y cuando me di vuelta ya se había ido. Tan solo grité Adios papá”.

Las palabras de su padre caen en saco roto. Lejos de tomar los dichosos “títulos en el bolsillo” que Lacan destaca en el Seminario 5 Las Formaciones del Inconsciente los cuales habilitan por la vía de la palabra (castración simbólica) la salida del tercer tiempo del Edipo, Gerry –al mejor estilo hamletiano- escapa de su padre (y su fantasma). Falla “Conlon” como apellido y metafora paterna (“la mala suerte” de su madre desde la transmisión paterna) como instituyente del sujeto, que elige seguir siendo (“el ratero”, “mal hijo” y “oveja descarriada”). Gerry elige ser y no tener. “Quise llamarte Giuseppe por primera vez en mi vida y cuando me di vuelta ya se había ido. Tan solo grité Papá

Una serie de contingencias desde que Gerry sube al barco tumbo a Londres van a determinar un desenvolvimiento sinuoso y doloroso que provocarán la postergada emergencia del sujeto. La operatoria de la metáfora paterna llega “tarde” (pero llega) a un costo altísimo.

En el barco se encuentra con su viejo amigo Paul, quien al llegar a Londres lo lleva a vivir a una comunidad hippie donde el sexo, las drogas y el rock’n’roll como filosofía de vida al interior de la misma continúan el “puro goce” y el borramiento de la ley. Simultáneamente se produce un atentado del IRA a la par que Gerry elige irse con su amigo por un “problema de polleras” del “amor libre” que regía como (no) ley. Gerry no sabe del atentado, esa noche había aprovechado otra contingencia de las tantas frente a una prostituta desprevenida que accidentalmente pierde las llaves en la puerta de su casa: Gerry ingresa con Paul y sale con el dinero que la mujer guardaba.

De manera trágica, Gerry vuelve a su casa de Belfast con el dinero y vestido estrafalariamente con tapados de mujer. Su padre se ofusca. El valor simbólico de su palabra “el dinero honrado dura más” no hace efecto. Todo lo contrario. Más acting de Gerry. Navega todavía en el mar de la inconsistencia simbólica.
Un integrante de la comunidad hippie (rival por la propiedad de una de las jóvenes que sostuvo el “amor libre” con Gerry), en un acto de venganza, lo denuncia a él y a Paul ante la policía británica como “sospechoso” por la autoría del atentado.  

Gerry es detenido por las tropas inglesas en su casa de Belfast y Paul en Londres para ser llevados a una prisión de máxima seguridad. A partir de esta escena, sin saberlo, se instala el duelo del padre con todas las letras.

Gerry es interrogado a través de maltratos físicos y psicológicos por los investigadores ingleses. Necesitaban la confesión sobre la autoría del atentado que no habían cometido. Pero no había caso, el joven juraba su inocencia. Luego de horas, algo de su estructura se conmueve: un miembro de la policía británica de origen irlandés sabe donde apuntar. Se acerca sigilosamente a Gerry y le susurra al oído: “Voy a matar a Giuseppe”. El joven se desencaja en un ataque de ira. La imagen de la muerte de su padre conmueve su fantasma y logra lo que el resto de los “interrogadores” no pueden: ubicar a Gerry como resto frente a la demanda/amenaza del “Otro terrible” y terminar totalmente “quebrado” firmando la declaración donde confiesa –falsamente- la culpabilidad (del atentado). 

Su estructura se tambalea frente a la imagen de la muerte de su padre. Aterrado frente a la posibilidad del asesinato de su padre, Gerry rescata al “gil trabajador” asumiendo la culpabilidad. Asunción pragmática para acotar el goce de la tortura y asunción de la culpabilidad de su deseo parricida. La ambivalencia con el padre (imaginario) juega todas sus cartas, como algunos próximos diálogos nos reflejarán.

Nuevamente la contingencia va desentrañando la trama edípica de Gerry. Su padre, al enterarse del episodio, va a Londres para intentar socorrer a su hijo. Es detenido, culpabilizado al igual que Gerry y enviado a la misma celda que él.

El primer diálogo que mantienen padre e hijo en prisión clarifica la inconsistencia de la metáfora, el orden imaginario y la falla del reconocimiento del Otro en la versión de padre construida por Gerry.

Giuseppe le pregunta a Gerry si es el autor del atentado. Su hijo contesta que no. Su padre se queda contemplándolo dubitativamente a través de la mirada.

Prevalece lo especular y lo simbólico también comienza a desembarazarse:
-¿Por qué me miras así? ¿Por qué me sigues siempre cuando hago algo malo? ¿Por qué no me sigues cuando hago algo bueno?

La mirada del Otro (paterno) se ubica en un lugar permanente de sanción que desaprueba. Lo especular se vuelve siniestro para Gerry, y se repite en esta escena. La trama y la palabra (demanda) comienzan a circular.

Gerry le recuerda quejosamente que de niño, ganó una medalla (“la única puta medalla de nuestra familia”) en un campeonato de fútbol. Aparentemente en el partido había cometido una falta menor.
Sólo veías lo que hacía mal. Jamás hacía nada bien para ti. Terminó el partido y mientras los otros padres abrazaban a sus hijos, tu me seguías preguntándome si había cometido falta. Los otros padres se reían de ti y te llamaban pobre Giuseppe… Me alejé de ti y te juro que escribí tu nombre en el suelo y me oriné sobre él… Desde entonces empecé a robar. Así demostré que no valía nada”.

Las palabras de Gerry son elocuentes y hablan a las claras el entramada de su yo ideal y su Ideal del Yo en esta escena fantasmática.

La función paterna falla. Gerry se queda capturado en su imagen especular (del “ser…o no valer nada”) en el fondo del espejo. Su padre desaprueba, sanciona, persigue, interroga, pero desde la inconsistencia pura del “pobre Giuseppe”. Gerry ocupa el lugar del ser de la transgresión, el Ideal que da lugar al “entonces empecé a robar” ha convocado toda su vida a una sanción de reconocimiento que nunca llega.

Nuevamente se conmueven los fantasmas. El padre absorto contempla la demanda postergada de su hijo. Ya no hay acting, no hay transgresión a través de robos. Comienza a circular la palabra.

“¿Por qué has tenido que estar enfermo toda la vida? Siempre mamá pidiéndonos silencio para que descanses. Cuando ese policía loco amenazó con matarte te aseguro que me alegré porque por fin se había acabado…entonces supe que era malo…entonces empecé a contar mentiras, las mismas que conté toda mi puta vida… ¿sabes lo que significa? Que las palabras no valen nada”. 

Nuevamente las palabras de Gerry resultan un manifiesto de la falla de la metafora paterna. Se resignifica la escena de la amenaza (de muerte) del policía y la ambivalencia  estalla por los aires. La posibilidad del asesinato de Giuseppe en lo real encaja con la fantasía parricida que pondría satisfacción a la muerte del padre rival. Valdría preguntarse para el caso “qué padre” se pone en juego en el fantasma de Gerry. Podemos ver en esta demanda a qué culpabilidad se refiere Gerry cuando se declara “culpable” frente al interrogatorio tortuoso de la policía británica. Todo encaja, Gerry confiesa, esta vez frente a su padre, que “las palabras no valen nada”. Todo ha sido en su vida palabra vacía.

Pero algo de la estructura se conmueve en acto. El padre le grita “Basta Ya!” y le da un cachetazo. Gerry lo provoca pegándose a si mismo y demostrando la impotencia de la palabra (y el acto) de su padre. Se quiebra. El padre lo abraza. “Relajate. Tu no tiene las culpa”. Gerry se deja abarzar como un chico y se calma. Llega por primera vez el reconocimiento del padre. Su palabra, por primera vez, hace efecto. Sin embargo, el reposicionamiento de la figura del padre (y su metáfora) deberan seguir transcurriendo un sinuoso camino en el duelo.

Escena siguiente, al ser condenados en el juicio con durísimas penas de prisión, bajo un manto horrendo de manipulación de pruebas, en la sala, Gerry se dirige a su padre y le dice “ayudame”. La selva del fantasma de Gerry comienza a desmalezarse.

Son transferidos a otra prisión de máxima seguridad, nada fácil para dos irlandeses que apenas llegan son permanentemente hostigados por los prisioneros ingleses. Giuseppe induce a aislarse en su propia celda a su hijo. La “imago” de potencia viril del padre todavía permanece en la inconsistencia. Todavía está en juego qué versión del padre vale. Gerry sentencia (a su padre): “Es mejor ser culpable, al menos te respetan”.

Joe: El Padre del Respeto y el Temor

Dicha frase abre una nueva instancia. Joe, un importante miembro del IRA que es detenido por la policía británica, confiesa la autoría del atentado y es trasladado a la misma prisión de Gerry y Giuseppe. Sin embargo, la justicia británica no podía dar marcha atrás. Los inocentes ya habían sido sentenciados.

Joe ingresa a la prisión con un acto fundante: enfrenta a los prisioneros ingleses en una escena del comedor del penal. Demuestra “títulos” que Giuseppe no tiene. Él sí es culpable (del atentado). Por lo tanto, se instala imaginariamente como “padre del respeto” de Gerry. Lo especular y las identificaciones comienzan a moverse. Gerry eleva a Joe como Ideal. 

El miembro del IRA es llevado por Gerry a su celda para reunirse con su padre. Aparece un padre disociado, desdoblado: como Ideal (Joe) y como padre caído (Giuseppe). La contingencia de la aparición de Joe vuelve a ubicar a Giuseppe como padre degradado. Giuseppe le reprocha el atentado a Joe y le ordena “dejarlos tranquilos”. Joe se retira de la escena. 

Nuevamente se conmueve el Ideal. Gerry discute con su padre por el atrevimiento frente al miembro del IRA. Se instala la demanda desde lo imaginario: “Él se defiende solo, por lo menos pelea, lo que no has hecho tú en toda tu vida… Siempre has sido una víctima toda tu vida y ya va siendo hora que te defiendas un poco”.

Lo imaginario prevalece. La severidad de la violencia contestataria encarnado en Joe se instala como Ideal del joven. Sin embargo, algo también comienza a conmoverse en su fantasma. 

Con la aparición de Joe, Gerry y sus amigos de la prisión, dejan las drogas y se organizan de manera sistemática bajo las órdenes del dirigente del IRA, para exigir mejoras en las condiciones de detención y la libertad de los prisioneros irlandeses e ingleses inocentes. El “puro goce” comienza a ceder al Ideal y la severidad de la ley de Joe comienza a dar sus frutos: consiguen algunas reivindicaciones.

De cierta forma, su padre Giuseppe todavía persiste en el lugar de padre degradado. Bajo el tutelaje de Joe, Gerry y gran parte de los prisioneros hacen lazo social en el grupo. El joven describe dicha instancia: “Pronto fuimos una familia feliz”. Claro está, Giuseppe queda fuera de la escena familiar.

La “familia feliz”, con el padre Joe a la cabeza, comienza a desafiar a las durísimas normas legales que regían al interior del penal y se abre la etapa del motín. Trastabilla la ley del Estado británico.

El motín es reprimido salvajemente: Joe, Gerry y otros prisioneros son castigados en celdas de aislamiento y luego de cumplir el castigo retornan como “héroes”. A partir del regreso, comienza nuevamente a regir las antiguas condiciones.

La contingencia de nuevo mete su cola: aparece Karen (una abogada inglesa “garantista”) que se acerca a Giuseppe para ofrecer sus servicios de “ley” y conseguir justicia para “los cuatros de Guilford”; Giuseppe acepta, pero Gerry no quiere saber nada con “la ley” ni con “la mujer”. Sigue apegado a “la ley de Joe”.
Mientras tanto, la salud de Giuseppe comienza a deteriorarse a causa de problemas respiratorios severos.

Giuseppe: El Padre del Amor y el Respeto. La Pere Versión de Gerry

A partir de este momento, comienza a vislumbrarse un cambio no solamente en la trama sino una rectificación subjetiva en Gerry. Y nuevamente, producto de la contingencia.

Joe y otros prisioneros (en este caso Gerry no estaba incluido) preparan la venganza por la represión del motín y aprovechan la distracción del celador del penal para prenderlo fuego. Ese acto no solamente conmueve la humanidad del celador del penal sino el fantasma de Gerry (quien termina salvando al celador).

“En toda mi puta vida había sabido lo que era querer matar a alguien hasta ahora. Sí, eres un hombre valiente Joe”. El reproche y la ironía de Gerry hacia el miembro del IRA abre un nuevo acto: contra las órdenes de Joe de permanecer en el lugar, Gerry (y el resto de los miembros de “la familia feliz”) vuelven a sus celdas. 

Se produce la caída imaginaria de Joe. La muerte imaginaria abre la instancia a lo simbólico. Ya no rige más el “padre del temor y el respeto” como semblante imaginario de ley. La familia se desmembra. 

Siguiendo a Lacan en el Seminario 9 La Identificación, comienza a separarse en el fantasma de Gerry el Superyo del Ideal del Yo: “No se si han advertido aún lo siguiente: existe dos concepciones que, apenas introducidas en una dialéctica cualquiera para explicar un comportamiento enfermo, parecen dirigirse exactamente en sentido contrario. El Superyo es coercitivo. El Ideal del Yo es exaltante”. Siguiendo a Lacan, la identificación al Superyo se orienta a las escenas fantasmáticas primarias más devastadoras y feroces. Es ese agente que nos ordena “gozar” ininterrumpidamente.

Cuando Gerry se refiere irónicamente a Joe que “es un hombre valiente”, hay un significante (y una imago) que cae en la barra de significación. Ya no es el Gerry que exalta el “por lo menos pelea” del miembro del IRA ni el “respeto” que infunden los “verdaderos culpables”.

De la palabra al acto. Gerry se encamina hacia la celda de su enfermo padre y se ofrece a ayudarlo para la campaña que venía haciendo (enviando cartas) por la libertad de los presos inocentes, en simultáneo a las acciones de la ya extinta “familia feliz” de Joe. 

Una escena abre la instancia del reposicionamiento de Giuseppe como padre muerto en lo simbólico: le entrega una grabadora a Gerry para que grabe sus ideas. “Eres un gran hablador” sanciona Giuseppe.
En el Seminario 10 La Angustia Lacan dice que el Edipo hace efecto cuando “el deseo del padre es lo que hace ley”. La escena de entrega de la grabadora recrea “los títulos en el bolsillo”. La palabra de Gerry ya no es sancionada por Giuseppe desde la inconsistencia del “hijo ratero”. Pasa a tener valor de verdad para ese padre.

Los diálogos y la demanda se modifican. Gerry recrea ahora escenas infantiles desde otro Ideal: Giuseppe ya no es el padre degradado de la impotencia, el que atosiga a su hijo interrogandolo por si “cometió falta” en el fútbol. Gerry confiesa una escena de niño donde se quemó la lengua por querer imitar los “baños de vapor” de su padre. 

Emerge un sujeto. Giuseppe, ya muy enfermo y con la inminencia de su muerte en prisión, comiernza a totemizarse:
Lo que más recuerdo de mi infancia es ir de tu mano, mi pequeña mano en la tuya y el olor a tabaco de la palma de tu mano. Cuando quiero sentirme feliz intento recordar el olor a tabaco”. Su padre habilita el deseo: “Tomame la mano, pronto moriré. Temor dejar a tu madre, abandonada”.

El padre, desde su castración en relación con su madre, posiciona a la mujer como objeto causa de deseo.
Cada noche en todos estos años, tomo la mano de tu madre y paseamos por la pobre y agitada Belfast. Hace cinco años que hago eso cada noche, como si nunca hubiera dejado a tu madre”.

Nuevamente la pregunta por “qué es un padre” que fue reformulándose a lo largo de la obra de Lacan se impone en la trama de Gerry. Una de las últimas reformulaciones contundentes de Lacan en el Seminario RSI   "Un padre no tiene derecho al respeto y al amor, más que sí dicho respeto y dicho amor está perversamente orientado, es decir, hace de una mujer, objeto a que causa su deseo.” Evidentemente, el reposicionamiento de Gerry con Giuseppe como padre del “amor y el respeto”, como padre que habilita, termina por dar el tiro de gracia al padre “respetado por el temor” de Joe. Además, se reposiciona frente a la “mujer de la ley” representada por la abogada Karen, con quien organiza una masiva campaña política fuera del penal por la libertad de “los cuatro de Guilford”.

Giuseppe muere en prisión por su enfermedad y Gerry toma sus títulos para continuar la campaña que su padre había iniciado en el encierro.
La contingencia permite que la abogada descubra la manipulación de las pruebas por parte del Estado británico años atrás y los “cuatro de Guilford” (más la tía y los primos de Gerry) son liberados en una instancia de apelación. 

Las últimas palabras de Gerry ante las cámaras, una vez que es liberado, lo posicionan como padre frente a la muerte de Giuseppe y su deseo: “Quiero decirles que hasta que mi padre sea probado inocente, que hasta que los culpables sean encarcelados, seguiré luchando. En el nombre de mi padre y de la verdad”. Un nuevo sujeto ha emergido.


Hernán Scorofitz

sábado, 26 de enero de 2013

AYUDIN-ANDO A TAPAR LA FALTA


SECCIÓN CLINICA LITERATA (Casos)

Publicado en Revista Psyche Navegante Nº 100


Casi a título modo catástrofe, un día feriado de diciembre del 2011, un “Gran Diario Argentino” (remarco comillas) títula en una de sus páginas: “IMPREGNADO CON `VIAGRA`, SE VIENE EL NUEVO PRESERVATIVO AZUL. El recurso literario me obliga a sumergirme en el artículo. El primer párrafo pinta de cuerpo entero la importancia de ciertos significantes para “garantizar” desde un Otro –a modo de promesas- un futuro desentendido de cualquier ápice de angustia vinculada a la –no- relación sexual: “En lo que podría convertirse en toda una revolución sexual, el nuevo preservativo con “viagra” promete erecciones más prolongadas. Su secreto: viene impregnado con una sustancia vasodilatadora. El profiláctico es de color azul, en clara alusión a las pastillas de viagra”. Revolución Sexual, promete, prolongadas, azul…

La tragicomedia de enredos de la –no- relación sexual se juega también en el mercado del fármaco: sin lugar a dudas, la aparición  a finales de la década del 90 del sidenafil (más conocida como “Viagra”, al igual que el clonazepam es más conocido como “Rivotril” -la que se toma para “bajar un poco”- o la fluoxetina es más conocida como “Prozac” -la que “te dan para no estar tan bajoneado”-) conmovió el tablero del deseo: si bien fue presentado en sociedad como un medicamento para “solucionar” los problemas eréctiles, con el tiempo cambió su sentido (y su uso).

En aquel entonces, confesar el uso del producto traía irremediablemente una suerte de humoradas, siempre vinculadas a gozar a un otro que no podría ostentar ciertos títulos de virilidad por fuera del uso del fármaco. O bien por su edad, o bien por su “disfunción”. Con el tiempo la cosa fue cambiando. El fármaco “de la vergüenza” pasó a ocupar el lugar de un amigo inseparable a la hora de (os)tentar ya no esos títulos  (muchas veces sacados del bolsillo con cierta dificultad), sino los del goce absoluto de un padre de la horda. De un valor de uso “médico” a un valor de cambio “recreativo”. No casualmente, los significantes lunfárdicos lo metaforizan con una claridad admirable: “ayudín” (en honor a la marca de un clásico producto de limpieza argentino, como también se llamaba hace unas décadas a los psicofármacos estimulantes –anfetaminas- y anabolizantes consumidos por deportistas y estudiantes para aumentar el rendimiento deportivo y académico respectivamente).

Y ahora, para que no queden dudas y reforzar la “potencia recreativa”, en su nueva versión “impregnada” en preservativos (hasta cuidaron las formas en lo Imaginario del color del significante azul). Vaya garantías de “ayudín”, hasta a la hora de cuidar y cuidarse de alguna enfermedad de transmisión sexual y/o algúm eventual embarazo a futuro no deseado.

Recuerdo no hace mucho el caso de Roberto. Con 25 años, se presenta a la primer entrevista manifestando una mayúscula angustia: “Tengo problemas sexuales para rendir con mi novia”. Le pido que me cuente un poco más (esperando la respuesta casi “cantada”). ¿Eyaculación Precoz? ¿Impotencia? ¿Falta de Deseo? Nada de eso. “Mi problema es que llego al noveno coito (no es exactamente este el significante que refirió) con mi novia,  me canso y no rindo más”. 

Vaya si el significante rendir no pasó a cobrar un carácter polisémico en los meses que transcurrió el análisis (las resistencias de Roberto –y seguramente la resistencia del analista- pudieron más para interrumpir abruptamente el análisis por un casamiento con la novia sin previo aviso en sesión). Rendir (productivamente), rendirle (sexualmente a la partenaire), rendirse (como en la guerra).

Una mañana nublada se presenta a la sesión un tanto angustiado. Mira  por la ventana de mi consultorio: “Uhh… qué garrón… Está nublado!” Ingenuamente le pregunto cuál sería el problema de una eventual lluvia de sábado. Inclusive arriesgo cierta apuesta en la transferencia imaginaria: “¿Tenés un asado, o qué jugar al fútbol?” Roberto sonríe, frunce el seño y reponde: “No, ojalá… El tema es que los sábados cuando está nublado, mi novia quiere curtir todo el día, y no sé como decirle que no cuando estoy cansado o no tengo ganas

El “rendir” sigue desenrollándose en su polisemia:  Roberto me cuenta que tiene pensado empezar a tomar “Viagra” para “rendir”;  asociando más, cuenta que su madre lo indaga permanentemente sobre los tiempos restantes para concluir su carrera. “Me tiene las pelotas llenas, me pregunta todo el tiempo, como si tuviera que rendir-LE cuentas de cuándo me recibo…”

            En el Seminario X La Angustia, Lacan habla del orgasmo como una “pequeña muerte”. De hecho, la detumescencia fálica (lejos de presentar un costado patologizado presuntamente “curado” con fármacos o terapias breves y milagrosas) es reivindicada como un corte, un borde, un límite a una ideal de goce orgásmico irrefrenable e ilimitado. Ya no es más que un trapito, no está allí más que como un testimonio, como un recuerdo de ternura para la partenaire. Una función del objeto, pero no como potencia fálica inconmovible, sino como resto de una (no) relación sexual.

            El “ayudín”, primero en comprimidos para evitar las “disfunciones”, después para potenciar el “rendir” (como Roberto) y ahora en bonitos y azules profilácticos (para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, particularmente para éste último) promete borrar todo vestigio de angustia emergente de la (no) relación sexual (igual que los otros “ayudines” para “no estar tan bajoneado y bajar un poco”).   

            Algunos referentes de la clínica psicoanalítica  pomposamente hablan de una presunta “Caída del Padre”, agregan que “ya no hay un Otro –generalmente social- que de “garantías”. Muerte y Sexualidad, casi como par fundante del aparato psíquico siempre hubo (en la medida que el ser habla) y habrá. Independientemente de “los signos de la época” y las “nuevas subjetividades”. Consiguientemente, “ayudines” también siempre hubo y habrá (hasta la antropología podría hacer sus aportes sobre el valor simbólico de brebajes y cómidas afrodisíacas en los rituales sexuales de distintas civilizaciones, muy lejos del “fármaco milagroso”).  

            Si justamente se trata de oficiar todo un suculento menú de “ayudines” para taponar la angustia emanada de la (no) relación sexual y creernos que de lo que se trata es de rendir, rendirle (y terminar rindiéndose), el último párrafo del Gran Diario Argentino viene en nuestro rescate: “Además del gel Zanifil para ayudar a las erecciones, Futura está desarrollando un spray que ayuda a retrasar la eyaculación, y que se espera que llegue a las tiendas de Estados Unidos el año que viene gracias a una alianza con el fabricante de condones australiano Ansell

            Como reza una legendaria estrofa de canción de una legendaria banda de rock nacional: “El futuro llegó hace rato”.

Hernán Scorofitz