Los
Videos del Ministro Randazzo
Más
que una Anécdota
Sin lugar a dudas, los
videos exhibidos por el Ministro Florencio Randazzo públicamente y en
conferencia nacional, donde en base a las filmaciones de cámaras especialmente
ubicadas en cabinas de locomotoras se puede observar a maquinistas leyendo
libros, usando celulares y hasta durmiendo (y simultáneamente realizando
movimientos automatizados) con la formación en movimiento, consiguieron despertar
una indignación y azoramiento no menores para la sensibilidad de millares o
millones de argentinos.
Desde luego, si en el
país donde la masacre ferroviaria, signada en los últimos años por el arrollamiento de un colectivo de la
línea 92 en el barrio de Flores en septiembre del 2011 (11 muertos), por la
llamada “Tragedia de Once” de febrero del 2012 (52 muertos), por el choque de
trenes en Castelar (3 muertos) y, por qué no, por el asesinato del joven
militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra en octubre del 2010, cuyo juicio
demostró un entramado de enjuagues de negociados entre las empresas
concesionarias (herencia de los “noventa”), la burocracia sindical
ferroviaria (cuyo principal referente
José Pedraza terminó condenado a 18 años de prisión junto a miembros de su
patota) y el propio Estado Nacional prebendario
y subsidiador, los videos de Randazzo nunca hubieran sido difundidos
prácticamente por “Cadena Nacional”, y las imágenes de conductores de
locomotoras “irresponsables”, “lúmpenes” y “negligentes” no hubieran pasado de
una anécdota en una mesa de café, como quién comenta una curiosidad transmitida
en un noticiero que a lo sumo podría despertar un “¿viste el video del
maquinista apolillando?”
El derrotero de “tragedias”
(significante fácil para desplazar “masacre”, el cual implicaría una
responsabilidad en la autoría de un acto) ferroviarias logró colocar en el
candelero de “la gente” justamente la responsabilidad de un Estado en el
manantial de subsidios a empresas concesionarias para la administración del
lamentable y pésimo servicio ferroviario, millares de millones que lejos de
reinvertirse para mejorar la calidad en la prestación ha terminado –delante de
las narices del propio Estado desembolsador- en cuentas de paraísos fiscales
bajo testaferros o bajo la propia declaración de los empresarios del
ferrocarril. Y sino, que lo diga la familia Cirigliano, entre otros…
Culpar,
Responsabilizar, Culpabilizar
Si muchas veces, el
deseo “entra por los ojos”, la “tragedia” también. No casualmente Jacques Lacan
ubicaba a la pulsión escópica más del lado del deseo (la mirada), que de la
demanda. Los videos de Randazzo han conseguido en una porción importante del
imaginario colectivo, en segundos, sentar en el banquillo de los acusados a los
“criminales conductores” para desplazar del podio al Estado responsable. Una
jugada maestra. Lo escópico siempre genera fascinación y captura en la imagen,
aún en lo que Freud llamara “Lo Siniestro” (Unheimlich).
Los videos difundidos
invierten “la prueba de la carga” y el Estado pasa a ser la parte querellante,
contra los maquinistas. No los “responsabiliza”, ni siquiera los “culpa”, sino
que los culpabiliza. Parece “más o menos” lo mismo, pero no lo es. La
etimología de los significantes y su cacofonía no es lo único que separa estas
tres palabras. (In)Culpar no resulta
ser mucho más que atribuir a una persona la autoría de un hecho que transgrede
la ley, en perjuicio de un tercero y plausible de sanción civil o penal. Responsabilizar como un llamado a otro sobre
la responsabilidad de un hecho particular (no necesariamente siempre nocivo),
en base a una elección criteriosa y consciente. Culpabilizar es algo absolutamente diferente. El sujeto es culpado
y queda absolutamente anulado como sujeto a la hora de su “derecho a réplica”.
No hay sujeto.
El inconsciente desde aquello que Freud llamó “sentimiento inconsciente de culpabilidad” también juega su partida y el sujeto queda sin palabra ante el Otro que le señala la falta.
El inconsciente desde aquello que Freud llamó “sentimiento inconsciente de culpabilidad” también juega su partida y el sujeto queda sin palabra ante el Otro que le señala la falta.
Podría ser un exceso –más
que una licencia- extrapolar y aplicar categorías del psicoanálisis a lo que no
pasa de ser una maniobra política, encubridora y perversa (especialista en
marcarle la falta al otro para angustiarlo, culpabilización mediante) por parte del Estado con el Ministro Randazzo como
portavoz, utilizando casuísticamente tres casos (que veremos que no
necesariamente son iguales) en miles de horas de trabajo de maquinistas del
tren.
Primero
el Huevo, o la Gallina...o el Huevo...
Nadie del Estado (curiosamente
mucho menos del propio sindicato La Fraternidad, hasta meses atrás aliado
histórico del Gobierno Nacional) se ha referido a las condiciones de trabajo
del maquinista de tren.
Paradójicamente en el año
2008, la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (organismo dependiente del mismo
Estado que hoy acusa a los trabajadores ferroviarios conductores de locomotoras
como “asesinos en potencia”) realizó un Ateneo sobre el “estrés postraumático
en el ámbito laboral”. El caso de los maquinistas ferroviarios resultó ser un “caso
testigo” dentro de los oficios más expuestos al padecimiento psíquico y la
Salud Mental del trabajador. En palabras de la Lic. Marisa Rizzo en dicho
Ateneo, investigadora del tema…
“El ejercicio de la profesión exige un esfuerzo físico alto. Es decir,
fuerza, coordinación motriz, pericia, destreza manual, visión, audición… Tiene
un alto nivel de responsabilidad, no solo por la seguridad de otras personas, sino además la
responsabilidad patrimonial…Tiene un esfuerzo intelectual elevado, y además un
monto de estrés psicofísico en forma habitual y permanente…los maquinistas de
trenes están expuestos a temperatura, luminosidad, oscuridad, niebla, lluvia,
viento, humedad, ruido, vibraciones, radiaciones solares, intemperie, olores,
ventilación, espacios abiertos, plomo, gases, polvo..”
Hasta aquí, las
condiciones laborales psicofísicas a las que se expone un maquinista de tren,
no distan de las de cualquier trabajador que ejerza una tarea “insalubre” y que
amerite cualquier test psicofísico de aptitud previo al otorgamiento del empleo
(no siempre “compensado” en la reducción de la jornada laboral por “insalubridad”,
salvo raras y honrosas excepciones como los obreros del subte y su jornada de 6
horas conseguidas en el año 2002).
El informe
agrega “…pero también, el puesto del
maquinista está expuesto a otros riesgos, atentados, incendios, explosiones,
descarrilamientos, colisiones de trenes, derrumbes, accidentes de personas (…)
cuando hablamos de la muerte por accidentes de personas, hablamos de
arrollamientos (…) también con ellas está el aplastamiento, el arrastre del
cuerpo de la víctima, las motivaciones, decapitación, desmembramiento, etc. (…)
Las muertes por arrollamiento las provocan las caídas de los trenes por actos
de violencia, las víctimas quieren defenderse y son arrojadas del tren, los suicidios (…)
Cualquier
entusiasta apologista de la cruzada convencida del Ministro Randazzo, o para el
caso de la patronal concesionaria del ferrocarril, bien podría aducir
valiéndose del sentido común que “nadie
obliga al aspirante a maquinista a aceptar un empleo expuesto a semejantes vicisitudes”.
No siempre el sentido común se lleva de maravillas con las oportunidades de elección
de un medio de trabajo para subsistir en
la sociedad capitalista.
La investigación
presentada en el Ateneo de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo prosigue
con una pregunta: “…¿Entonces qué pasa
después de cada arrollamiento? La respuesta no resulta ser muy alentadora. “…el conductor es el responsable de la
formación y debe quedarse hasta que llegue el relevo…a veces, cuando llega la
policía lo lleva detenido ya sea como actor del accidente o como testigo (…)
aparecen estados de ansiedad, de alerta, de desconfianza creciente. Todo parece
sospechoso, muchas veces los maquinistas tratan de adivinar las intenciones de las
personas que están en el andén temiendo quizás otro arrollamiento (…) a veces
son testigos de gente que evita que alguien se suicide y esto hace que se
sientan muy nerviosos el resto del día (…) también suelen pasar cuatro o cinco
días sin hablar. No pueden compartir con esposa e hijos experiencias tan
dramáticas. Suelen aparecer irritabilidad, cambios de conducta o de carácter
ante hechos menores. Sufren sobresaltos nocturnos, pesadillas de las que se
despiertan gritando o los tienen que despertar. A veces hay una identificación
proyectiva con la víctima ‘pudo haber sido mi hijo o mi hija o mis padres’ (…)
Después de varios siniestros los conductores se encuentran afectados en forma
creciente frente a la posibilidad de sufrir un nuevo accidente, y siempre hay
uno o dos de los arrollamientos que los impactan muy fuerte…”
Concluyendo con
recortes del informe: “…La interrupción
transitoria exige que alguien venga a reemplazarlo, y las exigencias del
ejercicio de la función han requerido la atención médica, licencias,
internación, también en otras personas que ejercen la función, como
consecuencia directa de la sobrecarga emocional o de la responsabilidad de la
tarea (…) Después
de treinta años de antigüedad como maquinista y treinta muertes por arrollamiento
de promedio, el efecto psicopatológico es acumulativo. Se derrumban los
mecanismos de defensa y aparece la enfermedad profesional…”
A esta altura,
el oficio de maquinista, el “mirar adelante” en la cabina de la locomotora (condición sine qua non para conducir una formación, desde luego) ubica al
trabajador en riesgos infernales, en la mayoría de los casos evitables
seguramente, si los multimillonarios subsidios estatales a las empresas
privadas concesionarias no terminaran en paraísos fiscales.
El psiquiatra y
psicoanalista francés Christophe Dejours –quien estuvo en el mes de mayo en la
Argentina brindando diversas disertaciones invitado por la Revista Topía- , describe
en su libro La Banalización de la
Injusticia Social (Editorial Topía, 2006) lo que describe como “estrategias colectivas de defensa” por
parte de trabajadores expuestos a padecimientos como los descriptos líneas
arriba en el caso de los maquinistas de tren.
Dejours, con un
vastísimo recorrido en el campo de la “Clínica del Trabajo” afirma en su obra: “…la investigación clínica demostró que, en el
campo de la clínica del trabajo, juntos a los mecanismos de defensa descriptos
por el psicoanálisis, están las defensas construidas y sostenidas colectivamente
por los trabajadores. Se trata de las estrategias colectivas de defensa, huella
específica de las restricciones reales del trabajo (…) Las investigaciones se
desarrollaron a partir de la inversión
(negritas son mías) de la pregunta
inicial: ¿cómo hacen estos trabajadores para no volverse locos, a pesar de los
requerimientos del trabajo a que se ven confrontados?”
A la hora de
profundizar sobre las “estrategias” propuestas, Dejours amplía: “…las estrategias defensivas pueden contribuir
a hacer aceptable lo que no debería serlo. Por eso, juegan un papel paradójico,
pero capital, en el orden de los resortes subjetivos de la dominación. Las
estrategias defensivas, necesarias para la protección de la salud mental contra
los efectos deletéreos del sufrimiento, pueden funcionar también como una
trampa que desensibiliza ante aquello que produce sufrimiento. Y a veces permiten
que resulte tolerable no sólo el sufrimiento psíquico, sino también el
sufrimiento ético; entendemos por tal sufrimiento que resulta, no de un mal
sufrido por el sujeto, sino del que éste puede causar al cometer, por su
trabajo, actos que reprueba moralmente (…) Entonces, el sufrimiento en el trabajo y la
lucha defensiva contra este sufrimiento, ¿no tienen incidencia sobre las
posturas morales singulares y sobre las conductas colectivas en el campo
político?”
Lo que parece
ser una estrategia defensiva a priori
de cualquier abogado gremial para inimputabilizar la responsabilidad punitiva o
penal de alguna eventualidad cometida por un trabajador, es aclarada por el
propio Dejours: “…Hay seguramente
trabajadores holgazanes y deshonestos” El juicio moral de Dejours, sin
embargo, en cada singularidad de cada trabajador, no exime a las adversas condiciones
de trabajo tan nocivas en amplísimos rubros del “mundo del trabajo” (o mejor
dicho, de la clase obrera obligada a vender su fuerza de trabajo para, al
menos, subsistir).
Probablemente el
maquinista que aparece en los videos de Randazzo usando el celular, o leyendo
un libro, sea “holgazán” o “deshonesto, lo cual lo hace responsable
de su irresponsable acto, aún inclusive, si pudiera valerse de caracterizar dicho
acto como una “estrategia de defensa” frente al carácter infernal que resulta
ser el oficio de maquinista. Lo mismo para el conductor que conduce con
movimientos automatizados en estado de somnolencia absoluta, aun pudiendo ser
caracterizado como otra “estrategia de defensa”, o quizás un síntoma de la
enfermedad profesional. Ya vimos cómo manejar un tren en nuestro país y “mirar
para adelante” no es exactamente lo mismo que atender un kiosco.
Volvé Panóptico...te perdonamos
Llama
poderosamente la atención que las filmaciones en las cabinas no sean seguidas en
tiempo real en un centro de monitoreo. Hasta una tecnología “panóptica” en “vivo
y en directo” (el panóptico en el “mundo del trabajo” paradójicamente siempre
estuvo al servicio de la vigilancia de los cuerpos para optimizar su
productividad y explotación de la mano de obra) cobraría un carácter preventivo
frente a cualquier “falla humana” por “negligencia”, “irresponsabilidad”, o lo
que pueda poner en riesgo el funcionamiento de un tren por parte de la conducta
de un maquinista. Ante una eventualidad, una simple llamada podría corregir la
conducta para evitar una catástrofe.
Ni siquiera el “panóptico preventivo” (que para el caso no estaría al servicio del incremento de la productividad sino de la prevención de la “falla humana”) tan en uso a la hora de vigilar la seguridad en el conurbano bonaerense con un festival de cámaras en las barriadas de una gran cantidad de municipios, dignos de envidia del Gran Hermano.
Ni siquiera el “panóptico preventivo” (que para el caso no estaría al servicio del incremento de la productividad sino de la prevención de la “falla humana”) tan en uso a la hora de vigilar la seguridad en el conurbano bonaerense con un festival de cámaras en las barriadas de una gran cantidad de municipios, dignos de envidia del Gran Hermano.
Pero, la
tecnología audiovisual del Estado no pareciera para la ocasión estar al
servicio de la prevención en la siniestralidad ferroviaria, sino de la
culpabilización del trabajador.
No hay 2 sin 3…
No es la primera
vez que el Estado y sus autoridades se valen de la culpabilización del trabajador
como maniobra de encubrimiento.
En el mes de
septiembre del año 2011, los trabajadores del subterráneo de Buenos Aires
realizaron un paro sorpresivo que suscitó una automática e inmediata campaña de
demonización por parte de todos los medios masivos de comunicación (opositores
y oficialistas) prácticamente a los pocos minutos de la medida de fuerza: para
aquel entonces, las tarjetas SUBE y Monedero solamente podían ser cargadas en
las boleterías del subte, lo cual representaba un incremento de las tareas para
los trabajadores boleteros en el mismo lapso de tiempo, trayendo como
consecuencia enfermedades laborales como cuadros de tendinitis, que suscitaron
30 licencias y la indiferencia de la empresa y las autoridades ministeriales.
Ni lerda ni perezosa, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a las pocas
horas de iniciada la campaña mediática contra la huelga del subte, no vaciló
para decidir en qué vereda ponerse cuando por cadena nacional comentó
socarronamente –y para deleite de la empresa Metrovías de Benito Roggio-: “Mi papá trabajó toda su vida como chofer de
colectivo y nunca tuvo tendinitis” El mote de “deshonestos” que Dejours señala bien pudo ser utilizado en las
palabras oficiales contra los trabajadores del subterráneo.
Meses más tarde,
el 1 de Marzo del año 2012 y en ocasión de la inauguración de las Sesiones
Ordinarias en el Congreso Nacional, ante un cuadro de conflictividad del
movimiento nacional docente en vísperas de la discusión salarial en paritaria,
también promovió una dedicatoria de la Jefa de Estado: “Los docentes trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de
vacaciones”. Para la ocasión, “holgazanes”
o “privilegiados”
podría haber sido la calificación soslayada por la Presidenta, anticipándose al
reclamo de los trabajadores de la educación, cuya profesión desde hace mucho tiempo
ha dejado de limitarse a la mera transmisión de un saber curricular en un medio
áulico. La descomposición social y el derrumbe educativo ha llevado al rol del
docente a una “polivalencia” laboral: docente, trabajador social, acompañante
terapéutico, psicólogo del niño, todo al precio de uno y en muchísimos casos
por una remuneración que no llega a cubrir la canasta familiar.
Sean trabajadores
del subte, docentes o esta vez, maquinistas del tren, la culpabilización del
Estado contra el trabajador, maniobra política que apunta a borronear su propia
responsabilidad ante eventualidades emergentes de la precarización en las
relaciones laborales en detrimento del explotado (ya sean desde paros hasta
tragedias ferroviarias) y a mostrar con total transparencia su carácter
(patronal) de clase. Como el perverso que señala la falta al otro para
angustiarlo y anularlo como sujeto de la palabra. Nos valemos de una metáfora
del campo del psicoanálisis, aunque las leyes que rijan el inconsciente no sean
exactamente iguales a las que regulan el campo de la lucha de clases (infestado
de maniobras del Estado en favor de los explotadores).
La genialidad y
creatividad del llamado “saber popular”, en estos tiempos de “nuevas
tecnologías de información”, muchas veces se vuelcan en las redes sociales. Sabias
palabras de un tuitero en simples 140 caracteres: “Lástima q se olvidaron de poner
camaritas en la oficina de Jaime, Schiavi y Randazzo mientras se quedaba dormido
con las coimas de Cirigliano”
Hernán Scorofitz