Cualquier implicancia
humana con la catástrofe social (y
no “natural”) que padecen por estas horas centenares de miles de ciudadanos en
barrios de la Ciudad de Buenos Aires y en La Plata y sus alrededores como
consecuencia de la grave inundación “causada” por las lluvias (y por un régimen
social) me hubiera llevado por mi historia, inevitablemente, a un recuerdo para
nada “encubridor”, tomando algunas categorías tempranas que oportunamente
propuso Sigmund Freud para referirse a su joven paradigma del trauma.
“El
problema no es ahora sino cuando baje el agua”. Escuché por primera vez esa
frase los primeros días de mayo del 2003, cuando se produjo la gravísima
inundación en una parte importante de la Ciudad de Santa Fé, consecuencia del
desborde del Río Salado. 23 muertos
según los informes “oficiales” de las autoridades nacionales y provinciales de
por entonces. Muchísimos más según comentarios “extraoficiales”, muchas veces
más “confiables”.
Tuve la oportunidad de
escuchar esa frase “in situ”, por
haber encabezado una delegación estudiantil de la Federación Universitaria de
Buenos Aires, la cual junto a distintos
movimientos sociales había realizado una imperiosa colecta de alimentos, ropa y
distintos artículos en facultades y barrios, con el mandato sagrado de viajar
al lugar y garantizar la entrega a los principales afectados.
Pudimos llegar luego de
sortear una serie de dificultades impuestas por el propio Estado, cuyo otrora Gobierno
consideraba algo inoportuno que movimientos sociales y estudiantiles llevaran a
cabo una acción solidaria con los damnificados, aún pudiendo resultar
paradójicamente un aliciente en el humor de los afectados frente a las
elocuentes responsabilidades de ese mismo Estado. Lógicamente que a diferencia
de una simple “acción de gracias” (que en determinadas circunstancias trágicas nunca está de más), no solo distribuíamos “lo recolectado” sino también nos
hacíamos eco de su denuncia: “¿por qué
siempre que llueve lo que nos inundamos somos los pobres?” Lo cual para un
Estado a veces puede conllevar irremediablemente a una pregunta mucho más "peligrosa"
luego de alguna respuesta tentativa de la primer pregunta: “¿Entonces qué hacemos?”
Una vez sorteado
distintos retenes del Ejército y Gendarmería camino a la Ciudad de Santa Fé, el
panorama que me encontré al ingresar a los lugares “transitables” del casco
urbano –que todavía lindaban con muchos
“intransitables”- era muy parecido a lo que siempre me imaginé que intento
graficar John Milton, el poeta y escritor inglés quien en las primeras décadas
del Siglo XVII en su clásico El Paraíso
Perdido bautizó como Pandemonium a la Capital del
Infierno.
“El problema es cuando baje el agua”, me dijo un viejo en un humilde y arrasado barrio llamado Santa Rosa, creo; impávidamente
me contaba que había perdido absolutamente todo. Hasta su perro, única
compañía. A su mujer, según él, ya la había perdido hacía algunos años.
Resultaba curioso. La
frase del pobre viejo graficaba algo que no me hubiera imaginado. Suponía desde
mi incrédulo e inexperto sentido común que “lo traumático” debía ser el agua.
Pero no. Ese monto de angustia de los damnificados cuyo devenir en desazón, vacío o furia
dependía de algunas horas, quedaba absolutamente supeditado a “lo de abajo del
agua”, pero no “al agua”. Para peor, esa imagen temida y odiada de los
kilómetros de extensión de inundación terminaba actuando como un “velo” para
cubrir el vacío del desastre (y) de esas vidas.
El
Trauma (en la) como Catástrofe
Las catástrofes
sociales en la historia de la humanidad resultaron ser paradójicamente una
fuente de “inspiración” para el psicoanálisis en desarrollo algunas décadas
después de su nacimiento. Sin la sanguinaria Gran Guerra Imperialista durante
gran parte de la segunda década del Siglo XX, Freud quizás no hubiera ni
siquiera rozado su resignificación de los conceptos –nada más y nada menos- de
neurosis y trauma para arribar a una
estación “terminal” vital para la clínica de nuestros días: la pulsión
de muerte y la repetición.
Dos años después de la
culminación de la Gran Guerra, oh casualidad, Freud presenta en sociedad en su Más Allá del Principio de Placer, una casi
inesperada conclusión en base a sus casi tres décadas de práctica clínica,
evidentemente “afectada” por la escucha de los soldados que retornaban del
frente de guerra… ilesos. Hasta ese
entonces, en el aparato psíquico del individuo, el Principio de Realidad
resultaba ser la negación de su par antagónico, el Principio de Placer: actuaba
como un fiscal acusador del “buen placer”. La “cura” analítica pasaba por
emancipar de las cadenas represoras al individuo ese monto de placer
enclaustrado en el “inconsciente”.
Justamente, a partir de 1920, el inconsciente
para Freud pasa a cobrar otro carácter más enigmático y complejo: lejos de ser
simplemente una suerte de “paraíso perdido” alojador de placer reprimido al
cual llegar por la vía interpretativa, ahora el inconsciente pasaría a estar de
un costado indisociable a una nueva categoría: la “compulsión a la repetición”.
Repetición del carácter más siniestro del individuo, contra sí mismo.
La Pulsión de Muerte
como “com-PULSION a la repetición” en el inconsciente hace su aparición en
escena de la manera más tétrica en el relato de los soldados que volvían del frente
bélico afectados por sus escenas traumáticas, pero con una particularidad: los que
no habían padecido ninguna marca, lesión o afección en el cuerpo eran los que
solían inevitablemente revivir de manera enviciada y reiterada las escenas
traumáticas en sueños y fantasías. Toda una lección. La Neurosis vuelve de la
Guerra como –bautizaría Freud- una “Neurosis de Guerra”. Para peor, el sueño
(traumático) como manifestación inconsciente ya no sería solamente una realización
del deseo del soñante, todo lo contrario. Pasaría a engrosar la columna de
enigmas para “ese” psicoanálisis de época, y nada más y nada menos que para su
Padre.
Algunos
(muchos) años más tarde, Lacan intentaría aportar cierto destello de luz al
enigma sosteniendo que en los sueños traumáticos de lo que se trata es de
“ligar” la energía como intento de dominación sobre el acontecimiento
traumático. Ligazón como voluntad de inscripción (de representación) en la
psiquis, algo así como construir un camino ciertamente fértil destinado a que los
significantes puedan deslizarse y “ligar algo” (como suele referirse en el
“truco”, juego criollo por excelencia ). Condensación y Desplazamiento de
representaciones en Freud… Metáfora y Metonimia de significantes en Lacan.
En esta
senda sinuosa, si de algo dieron testimonio las “neurosis de guerra” que
“descubrió” Freud en el tortuoso relato de los veteranos de guerra, es que el
trauma confiesa que siempre hay un “resto” no ligado en la psiquis.
Luego de años de insistencia del
propio Lacan en identificar al inconsciente con esa –maldita y gozosa-
repetición por la vía de la insistencia significante, un volantazo sorprendería
a más de uno en su Seminario XI.
“El
análisis, más que en ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la
experiencia, es el hueso de lo real"
La “pregunta del millón” sería por indagar sobre el paradero de ese “real”. Lacan propone como una
suerte de brújula para un (imposible) hallazgo, un encuentro
(fallido) condenado a escurrirse por merodear fuera de la frontera de lo
simbólico. Así, retomando un término aristotélico, nos brinda la Tyche, encuentro con lo real, un “más
allá” del camino enjabonado de significantes cuyo automaton marcaría la pauta de lo “sí” ligado.
Nada más irreductible en lo real que el
trauma. Quantum psíquico anárquico e impronunciable… el dichoso “sin palabras”
que a tantas veces solemos mencionar. Trauma como máxima prueba de un encuentro
(siempre fallido) con lo contingente.
Originario de “adentro” o de “afuera”. Pero siempre con una fuerte
resonancia y conmoción en el fantasma singular de cada sujeto.
Cuando lo que Inunda NO Es Solamente el Agua
En los últimos días, las consecuencias de las
graves inundaciones en la Ciudad de Buenos Aires y La Plata y sus alrededores,
con barrios literalmente sumergidos bajo el agua, han no solamente desnudado
las miserias de un régimen social –que parece haber retrocedido a una instancia
Paleozoica, cuando la suerte de las civilizaciones primitivas estaba atada a
una inclemencia natural- sino arrasado en la subjetividad de miles de vidas.
Somos testigos como se han proliferado
distintos equipos “interdisciplinarios” –con predominancia de “psicólogos”
(voluntarios o estatales) para “des-traumatizar” a los sujetos presuntamente
afectados. En esa perspectiva, en muchos casos casi se obliga por la vía de la
demanda a “hablar in situ” al sujeto
en estado de desubjetivización. Con la mejor de las intenciones, sin dudas.
Pero muy distinto a ofrecerle el cuerpo y la escucha, si así lo requiere.
Nuestro conservado sentido común indicaría que
el sujeto “en shock” (trauma) se homologa indudablemente a “víctima”, y bajo
ese significante se lo trata. Aún cuando la perplejidad por haber perdido
absolutamente todo impide que alguna palabra pueda dar cuenta de lo indescriptible
en la subjetividad. Victimizar a “la víctima” –aún bajo los más honorables y
humanitarios fines- obtura cualquier vía de implicación con el trauma,
arrojándolo sin quererlo a la repetición compulsiva más ominosa. Sin
responsabilidad subjetiva, aún en situaciones donde lo que inunda no es
solamente el agua sino que una marea de lo real ahoga a un (no) sujeto sin
palabras, la culpa termina siendo un socio más en la desintegración subjetiva
de la tragedia.
De acuerdo al manual de procedimiento, la manera de abordaje “en situación” es pensar
al sujeto como una “víctima” del cuadro –obligado- de “stress postraumático”
con, por ejemplo, síntomas obligados de “pesadilla”, “irritación”, “insomnio”,
“alteraciones en la concentración”, llegando a instancias muchas veces de
convencimiento como terapéutica de “duelo express” que “recuperarán todo lo
perdido” valiéndose de la tan bendita y "marketinera" resiliencia en el mercado actual de las psicoterapias, como punto de
culminación. Si el arrasamiento de la inundación como desubjetivización jugó
sus cartas la primera vez, a veces la falta de escucha también juega las suyas como segundo tiempo.
Ese “Instante de ver” (donde de lo que se
trata es solamente ofrecer el cuerpo y escuchar en silencio) que Lacan lanza
como “lógica del tiempo” antes del “Tiempo de Comprender” y el “Momentos de
Concluir” a veces puede ser más útil en un barrio inundado frente a semejante
desintegración subjetiva que en inicio de un análisis entre las cuatro paredes
de un cálido consultorio.
Mi Tyche,
Mi Automaton
Neurosis de destino solía llamar Freud
irónicamente a aquellos relatos neuróticos donde el paciente se quejaba de una
presunta y diabólica predestinación a su padecer por fuera de toda
responsabilidad subjetiva.
Comencé el presente artículo obligado por las
circunstancias dramáticas de los últimos días en la Ciudad de Buenos Aires y La
Plata, hablando de mi experiencia traumática vivida exactamente una década
atrás, en las inundaciones de la Provincia de Santa Fé. Trauma en dos tiempos,
sino no es trauma.
Culmino estas líneas con los principales
medios de comunicación alertando sobre una inminente inundación en la Provincia
de Santa Fé causada nuevamente por las copiosas precipitaciones. Una década
después que asistí a mi Tyche en esa
provincia cuando participé siendo militante estudiantil de la asistencia a los
damnificados.
Trauma
en Dos Tiempos para Freud. O la Historia también en Dos Tiempos, la que tan
gráficamente describió Karl Marx en su Dieciocho Brumario, la que “…se repite al menos dos veces: la
primera como tragedia y la segunda como farsa”. Trauma del Sujeto en una Catástrofe Social y de la
Humanidad entera.
Hernán Scorofitz