martes, 17 de noviembre de 2015

Neutralidad, Demanda, Deseo del Analista...BALLOTAGE




En las últimas semanas no pocos analistas han dejado testimonio en diversos foros y redes sociales sobre cómo pelean “voto a voto” con sus pacientes de cara al ballotage del 22 de Noviembre que definirá quién será el próximo Presidente de la Nación. Y ojo, no como un “desliz” o una “licencia” en el encuadre o dispositivo freudiano donde casi “de manual” el propio Freud proponía, bah indicaba, o directamente ordenaba la “neutralidad” (distinta a la “abstinencia” también señalada pero que a veces se la suele confundir con la “neutralidad”) como condición sine quanon para el despliegue transferencial (sin transferencia no hay análisis posible).
Muchos analistas preocupados ellos por los destinos del país que se jugarán en el ballotage presidencial han convertido a sus consultorios en espacios proselitistas, lo cual lejos de ser señalado en las redes sociales de manera vergonzante por ellos mismos como una casi “medida de excepción”, la presunta “violación” a la norma del encuadre es reivindicada y vanagloriada en pos de la Patria.
Medida audaz si las hay ya que se “baja” un Otro (encuadre freudiano y/o al propio Freud) para sostener otro Otro (“Patria”, “Proyecto”, o aquello que Freud al comienzo de “Duelo y Melancolía” (1917) define como “una abstracción que haga sus veces como la Patria, la Libertad, un Ideal, etc.”). De buenas a primera, cualquier estudiante de primer o segundo año de la carrera de Psicología (me arriesgo a decir de cualquier universidad nacional) podría señalar “la falta” cometida desde el punto de vista de la ética profesional a la hora de transformar conscientemente (por fuera de cualquier ápice “contratransferencial” del analista) la sesión analítica en un campo de disputa para ganar al “otro” (en este caso el paciente o analizante) a una posición política propia. Ni siquiera un estudiante novato. Hasta el dichoso “sentido común” (con el valor agregado de cierto peso de tradición psicoanalítica un tanto “silvestre” en el “imaginario social” de estas pampas) podría sancionar al analista que salta el cerco de la “neutralidad freudiana” para convencer al analizante (con la ventaja que significa en el cometido la transferencia –positiva- instalada en ese análisis, en caso que esté “instalada”).
La llamada “ética” profesional de cualquier disciplina (siempre ligada al protocolo o a la buena –o mala- praxis de acuerdo a una normativa convencional prefijada) dista de lo que el psicoanálisis, particularmente a partir de Lacan (más de uno que desconoce quizás su biografía autorizada o “no autorizada” se espantaría de algunas cosas que el continuador del legado freudiano hacía con sus pacientes) llamó alguna vez “la Ética del Psicoanálisis”.
Sin embargo, los dilemas éticos atraviesan día a día los consultorios, encuadres, transferencias. Confiando en la buena fe de los analistas que han decidido –creemos que momentáneamente- convertir sus “direcciones de la cura” en discusiones políticas porque hay un Otro (Modelo, Proyecto, Patria, etc.) “en peligro” para millones (considerando ellos que su analizante o paciente entra dentro de esos “millones”) ¿Es pertinente juzgar de manera sancionatoria esta “conversión” de sus tratamientos? ¿Qué pasaría con la sacro santa “neutralidad freudiana” si “por hache o por be” consideramos en nuestra escucha que abstenernos de intervenir de una manera determinada con un analizante puede derivar en una catástrofe social o política de características extra-ordinarias como el advenimiento del fascismo?
Queda en evidencia, en primera instancia, una caracterización política discutible sobre homologar el eventual triunfo de alguno de los candidatos del ballotage con el ascenso del fascismo, lo cual se traduce lisa y llanamente a la aniquilación política y física de miles o millones de personas de carne y hueso y de las propias libertades democráticas más básicas y esenciales de la misma democracia burguesa. Si se trata de ese peligro, el propio Trotsky sí que supo de “licencias” en la historia cuando llamó en 1931 a constituir un “frente único antifascista” ni más ni menos que a la pérfida socialdemocracia alemana (responsable del asesinato de Rosa Luxemburgo) con el Partido Comunista Alemán (dirigido desde Moscú por Stalin). La negativa stalinista al “frente único antifascista” impulsado por Trotsky en mucho contribuyó a la catástrofe histórica del ascenso de Hitler en Alemania.
Volviendo a los divanes y “dilemas éticos”. Ante cualquier eventual amague de sojuzgar al analista que intenta convencer a su analizante sobre el voto en el ballotage, si se trata de invocar como regla la “neutralidad”, es el propio Freud quien deja sentado en algún momento sus propias reservas. En una carta a Ferenczi (1928) ya no manifiesta un optimismo inquebrantable sobre el cumplimiento normativo de la llamada “neutralidad” como condición de análisis:  He dejado al tacto de cada cual casi todo lo positivo que debe hacerse (…). El resultado fue que los analistas dóciles no percibieron la elasticidad de las reglas que había establecido yo, y se sometieron a ellas como si hubiesen sido tabúes. Algún día habrá que revisar todo eso, claro que sin suprimir las obligaciones que cité”.   
Para la práctica analítica de hoy en día, lo que desde los primeros textos clásicos que Freud presenta en sociedad a la neutralidad, hoy es casi una utopía impracticable. Para peor, es algo casi dañino para la práctica analítica: abona terreno para que los analistas quedemos apresados en un tendal de prohibiciones “de manual”, parapetos e inhibiciones (más como formaciones reactivas y síntomas del analista que del propio analizante) y las intervenciones terminan moldeadas desde el principio del “no hacer tal o cual cosa”.
Algunos años más tarde Lacan sacaría de cierto atolladero justamente al psicoanálisis “de manual” donde la práctica analítica se terminaría reduciendo al cumplimiento de presuntas normativas estandarizadas como supuesto “legado de Freud”. El concepto de “deseo del analista” propuesto por Lacan invierte –o mejor dicho subvierte- de cabo a rabo la acartonada “neutralidad” que venía haciendo estragos durante décadas a los “análisis” (?).
En el Seminario 8 “La Transferencia” Lacan no se anda “con chiquitas” y va a decir que este operador  propuesto es “un deseo más fuerte que aquellos deseos de los que pudiera tratarse, a saber, el de ir al grano con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana” (sic).  Para Lacan, la no ubicación en los prejuicios ni juicios de valoración del analista no se condice necesariamente con la llamada “neutralidad” sino que más bien pasa por el deseo (del analista) que direcciona “la cura”. Lacan termina diciendo que el deseo del analista es el que convoca al deseo del analizante.
 Volviendo a nuestros colegas aterrados por el desenlace electoral del ballotage. La “bajada de línea” al analizante, intentando torcer una intención de voto, cae en el casillero ya no del “deseo del analista” sino de su demanda. Si hay algo que décadas de práctica analítica –en particular a partir de Lacan- han delimitado es el plano del deseo del de la demanda. Quizás el paciente de ocasión que votaría al candidato A o B (distinto al “deseado”, o “demandado” por su analista) puede terminar colmando la demanda, votar al candidato del analista y “misión cumplida”. Pero no sería lo mismo que, por ejemplo, si ese mismo analista “militante” se hubiera casualmente cruzado en una actividad proselitista callejera con su paciente –fuera del consultorio- y lo hubiera convencido. No se trata para el caso de violar la  “neutralidad” freudiana (que de por sí en algunos aspectos nació condenada a ser “violada”). Bien sabemos que cuando un analizante termina cometiendo un “acto” (X) por “indicación”, “sugerencia” o –para peor- demanda de su analista, poco tiene de acto analítico. Probablemente ese análisis ya esté condenado a estallar por los aires, minado por la demanda superyoica del analista. Aún, “cuando el Proyecto está en peligro”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario