En las últimas semanas no pocos analistas han dejado
testimonio en diversos foros y redes sociales sobre cómo pelean “voto a voto”
con sus pacientes de cara al ballotage del 22 de Noviembre que definirá quién
será el próximo Presidente de la Nación. Y ojo, no como un “desliz” o una “licencia”
en el encuadre o dispositivo freudiano donde casi “de manual” el propio Freud
proponía, bah indicaba, o directamente ordenaba la “neutralidad” (distinta a la
“abstinencia” también señalada pero que a veces se la suele confundir con la “neutralidad”)
como condición sine quanon para el
despliegue transferencial (sin transferencia no hay análisis posible).
Muchos analistas preocupados ellos por los destinos del
país que se jugarán en el ballotage presidencial han convertido a sus
consultorios en espacios proselitistas, lo cual lejos de ser señalado en las
redes sociales de manera vergonzante por ellos mismos como una casi “medida de
excepción”, la presunta “violación” a la norma del encuadre es reivindicada y
vanagloriada en pos de la Patria.
Medida audaz si las hay ya que se “baja” un Otro
(encuadre freudiano y/o al propio Freud) para sostener otro Otro (“Patria”, “Proyecto”,
o aquello que Freud al comienzo de “Duelo y Melancolía” (1917) define como “una
abstracción que haga sus veces como la Patria, la Libertad, un Ideal, etc.”).
De buenas a primera, cualquier estudiante de primer o segundo año de la carrera
de Psicología (me arriesgo a decir de cualquier universidad nacional) podría
señalar “la falta” cometida desde el punto de vista de la ética profesional a
la hora de transformar conscientemente (por fuera de cualquier ápice “contratransferencial”
del analista) la sesión analítica en un campo de disputa para ganar al “otro”
(en este caso el paciente o analizante) a una posición política propia. Ni
siquiera un estudiante novato. Hasta el dichoso “sentido común” (con el valor
agregado de cierto peso de tradición psicoanalítica un tanto “silvestre” en el “imaginario
social” de estas pampas) podría sancionar al analista que salta el cerco de la “neutralidad
freudiana” para convencer al analizante (con la ventaja que significa en el
cometido la transferencia –positiva- instalada en ese análisis, en caso que
esté “instalada”).
La llamada “ética” profesional de cualquier disciplina
(siempre ligada al protocolo o a la buena –o mala- praxis de acuerdo a una
normativa convencional prefijada) dista de lo que el psicoanálisis,
particularmente a partir de Lacan (más de uno que desconoce quizás su biografía
autorizada o “no autorizada” se espantaría de algunas cosas que el continuador
del legado freudiano hacía con sus pacientes) llamó alguna vez “la Ética del
Psicoanálisis”.
Sin embargo, los dilemas éticos atraviesan día a día los
consultorios, encuadres, transferencias. Confiando en la buena fe de los
analistas que han decidido –creemos que momentáneamente- convertir sus “direcciones
de la cura” en discusiones políticas porque hay un Otro (Modelo, Proyecto,
Patria, etc.) “en peligro” para millones (considerando ellos que su analizante
o paciente entra dentro de esos “millones”) ¿Es pertinente juzgar de manera
sancionatoria esta “conversión” de sus tratamientos? ¿Qué pasaría con la sacro santa “neutralidad freudiana” si “por
hache o por be” consideramos en nuestra escucha que abstenernos de intervenir
de una manera determinada con un analizante puede derivar en una catástrofe
social o política de características extra-ordinarias como el advenimiento del
fascismo?
Queda en evidencia, en primera instancia, una
caracterización política discutible sobre homologar el eventual triunfo de
alguno de los candidatos del ballotage con el ascenso del fascismo, lo cual se
traduce lisa y llanamente a la aniquilación política y física de miles o
millones de personas de carne y hueso y de las propias libertades democráticas
más básicas y esenciales de la misma democracia burguesa. Si se trata de ese
peligro, el propio Trotsky sí que supo de “licencias” en la historia cuando
llamó en 1931 a constituir un “frente único antifascista” ni más ni menos que a
la pérfida socialdemocracia alemana (responsable del asesinato de Rosa
Luxemburgo) con el Partido Comunista Alemán (dirigido desde Moscú por Stalin).
La negativa stalinista al “frente único antifascista” impulsado por Trotsky en
mucho contribuyó a la catástrofe histórica del ascenso de Hitler en Alemania.
Volviendo a los divanes y “dilemas éticos”. Ante
cualquier eventual amague de sojuzgar al analista que intenta convencer a su
analizante sobre el voto en el ballotage, si se trata de invocar como regla la “neutralidad”,
es el propio Freud quien deja sentado en algún momento sus propias reservas. En
una carta a Ferenczi (1928) ya no manifiesta un optimismo inquebrantable sobre
el cumplimiento normativo de la llamada “neutralidad” como condición de
análisis: “He
dejado al tacto de cada cual casi todo lo positivo que debe hacerse (…). El
resultado fue que los analistas dóciles no percibieron la elasticidad de las
reglas que había establecido yo, y se sometieron a ellas como si hubiesen sido
tabúes. Algún día habrá que revisar todo eso, claro que sin suprimir las
obligaciones que cité”.
Para la práctica analítica de hoy en día, lo que desde
los primeros textos clásicos que Freud presenta en sociedad a la neutralidad,
hoy es casi una utopía impracticable. Para peor, es algo casi dañino para la práctica
analítica: abona terreno para que los analistas quedemos apresados en un tendal
de prohibiciones “de manual”, parapetos e inhibiciones (más como formaciones
reactivas y síntomas del analista que del propio analizante) y las
intervenciones terminan moldeadas desde el principio del “no hacer tal o cual
cosa”.
Algunos años más tarde Lacan sacaría de cierto atolladero
justamente al psicoanálisis “de manual” donde la práctica analítica se
terminaría reduciendo al cumplimiento de presuntas normativas estandarizadas
como supuesto “legado de Freud”. El concepto de “deseo del analista”
propuesto por Lacan invierte –o mejor dicho subvierte- de cabo a rabo la
acartonada “neutralidad” que venía haciendo estragos durante décadas a los “análisis”
(?).
En el Seminario 8 “La Transferencia” Lacan no se anda “con
chiquitas” y va a decir que este operador propuesto es “un deseo más fuerte que aquellos
deseos de los que pudiera tratarse, a saber, el de ir al grano con su paciente,
tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana” (sic). Para Lacan, la no ubicación en los prejuicios
ni juicios de valoración del analista no se condice necesariamente con la
llamada “neutralidad” sino que más bien pasa por el deseo (del analista) que
direcciona “la cura”. Lacan termina diciendo que el deseo del analista es el
que convoca al deseo del analizante.
Volviendo
a nuestros colegas aterrados por el desenlace electoral del ballotage. La “bajada
de línea” al analizante, intentando torcer una intención de voto, cae en el
casillero ya no del “deseo del analista” sino de su demanda. Si hay algo que décadas de práctica analítica –en particular
a partir de Lacan- han delimitado es el plano del deseo del de la demanda.
Quizás el paciente de ocasión que votaría al candidato A o B (distinto al “deseado”,
o “demandado” por su analista) puede terminar colmando la demanda, votar al
candidato del analista y “misión cumplida”. Pero no sería lo mismo que, por
ejemplo, si ese mismo analista “militante” se hubiera casualmente cruzado en
una actividad proselitista callejera con su paciente –fuera del consultorio- y
lo hubiera convencido. No se trata para el caso de violar la “neutralidad” freudiana (que de por sí en
algunos aspectos nació condenada a ser “violada”). Bien sabemos que cuando un
analizante termina cometiendo un “acto” (X) por “indicación”, “sugerencia” o –para
peor- demanda de su analista, poco tiene de acto analítico.
Probablemente ese análisis ya esté condenado a estallar por los aires, minado
por la demanda superyoica del analista. Aún, “cuando el Proyecto está en
peligro”.
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