A los pocos minutos que
llegué al Hospital Borda en la mañana del 26 de Abril, cuando ya era parte de
la marea humana de compañeros y colegas del Hospital, activistas –e inclusive
pacientes- que poniendo literalmente el
cuerpo resistía la salvaje avanzada policial sobre el mismo suelo invalorable que
hasta finales del siglo XIX resultó ser la escenografía agreste de la quinta de
la familia Vieytes, distintos destellos de reflexiones vinieron a mi cabeza, en
los efímeros momentos de lucidez que las
circunstancias –y el reflujo de las balas y gases policiales- permitían por
algunos minutos.
Sería una verdad de
Perogrullo la condena política, humana y moral a un Gobierno que pretende
garantizar el inicio de una obra fastuosa y faraónica en beneficio de la
“Patria Capitalista Inmobiliaria”, demoliendo literalmente el único –e
histórico- Taller Protegido del Hospital de Salud Mental más importante del
país (algunos dicen hasta de toda Latinoamérica) y asegurando semejante acto
atroz con una guardia de cosacos
pertrechados como para recrear a los barbáricos ejércitos zaristas que por
siglos arrasaron aldeas enteras de Europa y Asia.
Confieso que por momentos,
bajo la agobiante balacera, tuve una sensación similar a la que me tocó vivir
los primeros días del mes de febrero del año 2012, cuando en las páginas del
matutino Página/12, un colega –con
quien paradójicamente compartí muchos años de carrera universitaria y hasta
cierta amistad- muy livianamente sostenía en nombre de la mentada
“desmanicomialización” que “…no se discute: el
manicomio se tiene que cerrar: nada de andar preguntando bajo qué condiciones.
¿Qué puede ser peor para un ser humano que su vida en un manicomio? ”
La imagen de la topadora del
Estado resguardada por la Infantería demoliendo y arrasando “el manicomio” bajo
una lluvia interminable de palos, balas de goma y gases, inevitablemente me llevaron a evocar las
palabras del colega (quien no tengo dudas que su pretendida apología dista
mucho de las intenciones pérfidas de quienes ordenaron el operativo policial).
En aquel entonces, me permití responderle
en un artículo que titulé “Buenos
Aires No Es Trieste” (publicado por el mismo matutino la semana posterior,
09/02/12) donde alerté que “…Quien ya parece haber tomado nota de la
“solución final” es el jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri…”
Casi quince meses antes del brutal desembarco policial en el Borda.
Me arriesgo a decir que
frente a lo dantesco vivido en el momento más álgido de la represión que
sufrimos el viernes 26 de abril del 2013 en los jardines del Hospital Borda,
poco podía resultar más semejante a la “solución final” contra los “manicomios”.
Si como decían nuestras
abuelas “las comparaciones son odiosas”, para la ocasión no está de más agregar
que ciertas “homologaciones” también lo son, o para peor, resultan siendo peligrosas
(me abstengo de poner las comillas).
Hace tiempo vengo debatiendo
con distintas corrientes (muchas de ellas por demás respetables, y que
inclusive hace décadas desarrollan distintas actividades de carácter
invalorable y voluntario en el interior de la propia institución cuestionada)
el riesgo de equiparar casi como un sinónimo indivorciable al hospital
monovalente de Salud Mental (como por ejemplo el Borda) con el agotado y
retrogrado “manicomio”. Como siempre aclaro, sin perder de vista la
persistencia residual de prácticas manicomiales a lo largo y ancho de las
instituciones públicas y privadas de Salud Mental.
Considero que instar y
convocar al cierre de una institución (en este caso sanitaria) que reproduce el
carácter opresor de un régimen social en
decadencia como modo de combate, en lugar de surcar un camino de transformación
de la institución (y por sobre todas las cosas de ese mismo régimen social de
dominación que es su sostén) es pretender acabar con la rabia… matando al
perro.
No tengo dudas que en las
escuelas públicas y universidades se reproducen en las prácticas educativas
curriculares, al menos, la misma lógica opresora, represora y hasta de “encierro”.
Ya me tocó citar en otro artículo un lema inscripto en la pared de mi colegio
secundario: “”.Los locos y los chicos dicen la verdad…a los locos los encierran…a los
chicos los educan Aun así, ni las mentes más afiebradamente “libertarias”
nos proponen a esta altura el cierre de la Escuela Pública con los mismos fines
honorables y “liberales” de muchos que proponen el cierre inmediato de los “manicomios”.
Sin recuperar el peso de la
palabra y el significante en el campo simbólico e imaginario de la
subjetividad, Jacques Lacan no hubiera podido “retornar a Freud” en 1953,
cuando el psicoanálisis naufragaba en el océano de la confusión. El carácter
polisémico del significante tiene su sentido de acuerdo a la posición del
agente del Discurso.
Cuando durante el año 2010
tuve la oportunidad de seguir el debate sobre el proyecto de Ley Nacional de
Salud Mental (finalmente aprobado a fines de ese año, pero que todavía no ha
sido reglamentado por el mismo Poder Ejecutivo que promulgó la Ley), algunos
pasajes me despertaron cierto recelo, o para el caso, al menos algunas reservas,
mientras un sinfín de colegas se empapaban de un llamativo entusiasmo.
Cuando en su artículo 27
propone la prohibición de crear “… nuevos
manicomios, neuropsiquiátricos o instituciones de internación monovalentes,
públicos o privados. En el caso de los ya existentes se deben adaptar a los
objetivos y principios expuestos, hasta su sustitución definitiva por los
dispositivos alternativos…” (sic) confieso que no fui tan “optimista” como
la gran mayoría de mis colegas. De hecho, el carácter “marco” de la Ley abre la
instancia para su interpretación particular a la hora que cualquier
administración de turno pretenda avanzar
sobre “lo que queda” de los hospitales monovalentes de salud mental. Máxime,
cuando aquellos “dispositivos alternativos” que establece la Ley como “recambio”
al “viejo manicomio” hoy existen en su inmensa mayoría bajo la órbita privada o
“semiprivada” (ONGs, Fundaciones).
Señalar esto en su momento –muchísimo
antes que alguna mente afiebrada pueda imaginar la magnitud brutal del
despliegue policial del Gobierno de Macri en el interior del Hospital Borda- (me)
suscitó críticas por “pesimista”, “ultraizquierdista” o en todo caso, “funcional-al-discurso-médico-hegemónico”. Y si hablamos de “funcionalidad”, no fueron pocas las veces que el mismo
Gobierno que desató su furia represiva se amparó en las leyes de salud mental
para profundizar el proceso de vaciamiento de los hospitales monovalentes.
La salvajada represiva
desatada en el Borda, pocos días atrás, termina siendo más funcional, en todo
caso, a las propuestas de cierre de neuropsiquiátricos y hospitales
monovalentes, independientemente de los principios y convicciones de sus
portavoces.
Nada más parecido a una
profecía autocumplida, o a una crónica de una represión (casi) anunciada.
Yo adhiero a tu oensamient.También conozco la experiencia de Tri este quue me parece hermosa, pero no realizable aquí. En el Borda no solo hay enfermos mentales, sino fundamentalmente marginados de la sociedad. El que cree que no podrían estar peor no anduvo nunca por Buenos Aires una noche de invierno. Exijamos que sea un sitio digno, cuidado. Y cuidemos fundamentalmente los talleres, que permiten la externacion y la reinserción. Y sin embargo, es lo primero que hacen pelota. Esto no es mas que negcio.
ResponderEliminarGracias, yo también voy mirando este movimiento entusiasta d desmanicomialización con cierto recelo: cuando veo la evolución de las clínicas privadas "progre", donde aparentemente se pasó o se está pasando de la atención personalizada humana a algo más pos-moderno - circuitos de cámeras de control de los "enfermos", los costos mensuales que treparon en un promedio de 30.000 pesos... bien para adelanto o será para atrás?
ResponderEliminar