sábado, 26 de enero de 2013

ABORDANDO UNA HOJA EN EL OTOÑO




SECCIÓN HISTORIAS CLÍNICAS DEL BORDA 

Publicado en Revista Psyche Navegante N° 100 Abril 2012 

Por simples contingencias relacionadas con mi práctica clínica en un Servicio de Terapia Regular del Hospital Borda, comencé a asistir con cierta frecuencia a un espacio comunitario y grupal –de pública resonancia, aunque no formalmente reconocido por la propia institución- durante gran parte del año 2010 y unos meses del 2011. Por tratarse de un dispositivo de trayectoria probada, ya conocía de antemano bastante de su producción. Había tenido la oportunidad por distintos medios de ver a sus integrantes y referentes más destacados, quienes algunos solían llamar mi atención por el talento desplegado a la hora de expresar su arte como denuncia del padecimiento producido por la locura, las –subrayo las, plural- psicosis y el encierro.
El Viejo Julio –quien curiosamente nunca estuvo internado en el Hospital Borda pero sí debió atravesar una breve internación hace décadas en una clínica psiquiátrica privada- era uno de los “talentosos” para mí: sus monólogos frecuentemente ácidos, irónicos, por momentos siniestros, denunciaban gráficamente el infierno de lo Real atravesado por el loco en sus descompensaciones y en su encierro, más otras injusticias y desigualdades atravesadas cotidianamente por diversos actores sociales.

Por la dinámica del dispositivo grupal tuve la oportunidad en reiteradas oportunidades de participar opinando abiertamente sobre diversos temas que suelen desplegarse en el espacio: salud mental, clínica, política. Una vez, allá por el mes de mayo del 2010, por razones que ya no recuerdo me retiré del espacio antes que terminara. Al saludar, camino unos pasos y El Viejo Julio se acerca. Algo disruptivo aconteció en mi fantasma, teniendo en cuenta el gusto que muchas veces me daba escuchar sus monólogos, inclusive algo de orden de la inhibición me asaltó. Nunca había intercambiado diálogo alguno con El Viejo, hasta ese momento.

“¿Te puedo molestar? Sus primeras palabras mientras me seguía a paso firme en mi camino de salida del Hospital. “¿Vos tendrías un tiempo para atenderme en tu Servicio? “Se acerca el invierno y yo me conozco, para mí es como un otoño, me caigo como una hoja

La demanda de Julio (por lo menos así me resultaron sus palabras para mí en ese preciso instante) retumbó, me retumbó, como un imperativo categórico ineludible para que automáticamente –y con un semblante impávido- acuerde en los fríos jardines del Borda un día y una hora para entrevistarlo.

 A partir de ahora, una primer prueba de fuego: esa transferencia imaginaria que en determinados dispositivos grupales muchas veces juega sus cartas, a veces un tanto diseminada y amorfa, y que había quizás llevado al Viejo a –justo- dirigirse y solicitar “terapia” a  mí.  Pura contingencia, pero bastante de fantasma.

EL PROLOGO DEL VIEJO

Llega puntual a la primera entrevista al espacio de consultorios externos del Servicio en el Hospital. Las casi dos horas que dieron lugar el manantial de significantes donde trató de “resumir” sus 76 años de vida resultaron realmente arrolladoras. Vaya si el analista no paga con cuerpo y escucha.

Tuvo su terapia individual con una profesional del espacio grupal y por distintas circunstancias, su terapeuta tuvo que dejar de prestar la asistencia, interrumpiendo el tratamiento. Me cuenta que si bien tiene reuniones grupales con los integrantes del espacio, decidió reclamar (me) un espacio individual.

Empieza a hablar del prólogo de su vida. Criado en un conventillo por un padre cartero y una madre fallecida a sus 11 años por una infección post-operatoria, sexualidad adulta e impúdica ante su infantil presencia  –atribuida por él  a “mi infancia de pobre”-; crianzas temporales de tía y madrastra después de la muerte de su madre, deseo de ser músico desde muy chico, privaciones por doquier, diversos oficios desde su juventud como obrero gráfico y técnico en Radio Nacional, casamiento con quien pasará a ser de ahora en más La Vieja –con quien nunca tuvo hijos-. Internación en una clínica psiquiátrica por algunos meses a posteriori de una mudanza –no deseada por él, sí por La Vieja-, padecimientos varios, terror insistente y persistente a la pobreza, miedo a los fantasmas (hasta hoy, a los que nos aterrorizan en nuestro fantasma infantil,  esos que se mimetizan ominosamente con un resplandor accidental o una sombra de ocasión cuando mamá o papá apagan la luz para que nos durmamos), militancia variada, ingreso al espacio grupal –donde en el 2010 me conoció personalmente-, inhibición para hablar -al principio-, depresiones varias, diagnósticos psiquiátricos de “bipolaridad” a borbotones, superación de la inhibición para hablar en público, entusiasmo -un tanto eufórico- a la hora de hablar en público, oblatividad en niveles astronómicos, deseo de salvar a sus compañeros, a los pobres, a los locos –como él mismo se define-, a los viejos –como él-, a la humanidad.

Todo un derrotero en casi ocho décadas de vida colmada con un padecer de diversas formas en casi 120 minutos de entrevista. Confieso, mi semblant; inconmovible fue relajándose cuando El Viejo jugaba por momentos con su fino y ácido humor, inclusive para contar anécdotas de su selva fantasmática que a más de uno lo hubieran horrorizado.

Costaba –y cuesta- muchas veces puntuarlo en sesión, invitarlo a una pausa para pensar y repreguntarse algo de eso que por momentos lo horroriza. Ese Real que acecha como sus fantasmas y que lo colocan imaginariamente con la inconsistencia de “una hoja en el otoño” como él mismo se encargó de presentarse aquella tarde justamente de otoño en los jardines del Hospital.

Si bien por momentos su discurso parecía oscilar entre lo que algunos podrían catalogar como “fuga de ideas”, “logorrea”, un verdadero bocatto di cadinale para estamparle en la frente su “bipolaridad” como un dichoso “San Benito” colgado, las constantes referencias al calvario que significa para él  colmar todo lo que la Vieja le exige y demanda día a día desde hace algo así como 40 años de matrimonio –claro está, con la ilusión que algún día la Vieja lo gratificaría no pidiéndole nada más por tantas décadas de trabajo forzoso-, sus culpas en relación a la muerte de su madre – se acusa de haber sido impotente para evitarla, sus inhibiciones y recaudos para “no ir más allá” que su fallecido padre cartero, pero sobre todas las cosas, el tipo de transferencia que comenzaba a desarrollarse conmigo, por lo menos en mi escucha, me hacían dudar de los recurrentes diagnósticos de “bipolaridad”, o para el caso de nuestras categorías freudianas, melancolía.

Por lo menos en mi escucha, las palabras del Viejo rumbeaba para otros lares: notaba que casi todo de lo que él se quejaba vinculado a su deseo, siempre terminaba obstaculizado por algo o por alguien: la Vieja y sus constantes reclamos, las necesidades de sus compañeros del espacio grupal –siempre postergando un acto a favor de su deseo para ayudar a este o aquel que está peor que él- , un deseo siempre imposibilitado.

LA PRUEBA DE FUEGO EN TRANSFERENCIA

A lo largo de los meses, las sesiones con Julio fueron abriendo diversas puertas de sentido. La transferencia de a poco fue desmalezando algo de ese bosque impenetrable que “vomitó” aquella primera entrevista de dos horas. Fue dándose cuenta durante pasajes de su verborragia constante sobre algunas posiciones señaladas: “Tenés razón, siempre trato de explicarle todo a la Vieja como si tratara de convencerla para que no me grite más…” Comenzó a asociar. Sí, con 77 años. Comienza en transferencia a denunciar-se que le costaba mucho desprenderse de cosas que él suele acumular en su casa (y que por supuesto invita a que la Vieja le reproche constantemente que “junta porquerías que trae de la calle” y que se las “va a tirar”). Ya la Vieja no es la única culpable, pasa él a ser responsable. “Me cuesta desprenderme de las cosas…Tengo eso que le dicen el Síndrome de Diógenes…voy por la calle juntando cosas que algún día pienso arreglar y les voy a dar uso pero siempre quedan ahí…” Negocio redondo para su goce: retención de “porquería”, nunca llega “el día” (para arreglar las cosas) y canal abierto para la demanda de la Vieja. Inclusive, a partir de algunas puntuaciones, la carga afectiva relacionada con la participación en el espacio grupal también pasaría a ser en el análisis, algo para desprenderse.

Un día, lo Real en la política patea el tablero del consultorio externo y se entromete en el análisis del Viejo. El crimen político de un joven sacude los cimientos de lo cotidiano. La conmoción toca a su puerta, y a la mía.

En la sesión siguiente a la fecha del crimen concurre ofuscado. En plena transferencia, me plantea su indignación y opina sobre el hecho. Sus palabras me atañen no sólo como analista. Su contenido argumental sobre los motivos del acontecimiento se encuentran a las antípodas de lo que podría opinar sobre ese acontecimiento.

Julio “me” supone un pensar y actuar –quizás por haber escuchado algunas opiniones mías en el espacio grupal más por su transferencia- y me expresa hasta un tufillo de temor en relación a un eventual destino trágico mío similar al del joven asesinado. 

Por primera vez, me habla desde un lugar de “Padre”, pretendiendo transmitir-me un saber, sin demandar otro a cambio. Un saber “de viejo”. Un Padre, quizás Imaginario, pero Padre al fin, que en ese momento logró conmoverme y hasta retrasar una respuesta con una pregunta como “por qué yo debería terminar cómo aquel joven asesinado y que lo angustia de eso”, por ejemplo.

Cabe destacar que para ese entonces también, Julio comenzó a participar –hasta el día de hoy lo hace- con sus ácidas columnas en un programa radial perteneciente a una ONG vinculada con el campo de los derechos humanos. Pudo empezar a desprender-se de tareas relacionadas con el espacio grupal del Hospital y a ampliar su campo de difusión artística a través de la palabra radial. “Fulano –refiriéndose al creador y director del Espacio- siempre nos dice que el grupo es como un bastón…Una vez que caminemos solos, podemos no usarlo más”. Vaya manera de metaforizar e invocar a un Otro (Fulano en este caso) para quizás alivianar cierta carga superyoica y culposa por abrir nuevos caminos y resignar tiempo y espacio de su valiosa participación en el dispositivo que ofició de “bastón”, a favor de su deseo. Aún sirviendo de cierto anudamiento esa invocación de Fulano –que por otro lado le ha servido para habilitarse a participar en nuevos proyectos- , confieso que nunca opté por profundizar o interrogar qué hubiera pasado si Fulano nunca hubiera sancionado con esa premisa.  

A la Vieja todavía a veces le hace caso y le trata de explicar todo con la ilusión de satisfacerla, aunque a diferencia de antes, algunas veces elige, sí elige, ignorarla y "hacer la suya". Tiene proyectos y hasta está cumpliendo algunos. Sigue concurriendo dos veces por semana al Hospital Borda: una de las dos veces viene a los consultorios externos del Servicio para atenderse conmigo, y la otra al espacio grupal. Cuando falta, me avisa un día antes, generalmente por viajes que realiza con sus compañeros del espacio grupal a distintas provincias para difundir su trabajo, aunque desde hace un tiempo se permite “no ir a todos lados” porque se cansa. Claro, tiene 77 años, como él mismo se encarga de aclarar.

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