lunes, 28 de enero de 2013

SUICIDIO: CUANDO SE MATA AL (EL) SUJETO POR SEGUNDA VEZ


SECCIÓN CULTURA EN MAL-ESTAR

Salvo entre los estoicos y me arriesgo a decir millones de japoneses, creería que el suicidio como 'acto de honor' nunca tuvo muy buena prensa. La influencia judeo-cristiana en Occidente de seguro ha aportado lo suyo. Nadie es quien para quitarse 'el don de la vida' que Dios nos da, ni el mismo ser 'propietario' del don divino (que muchas veces padece tortuosa e insoportablemente su condición de ser).
El psicoanálisis no aparenta tener una posición 'políticamente correcta' con el suicidio, muchos menos con los suicidas, muchísimo menos con sus familiares.
Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, en un texto no muy difundido llamado De Guerra y Muerte (1915), Sigmund Freud -que evidentemente como muchos visualizaba una carnicería humana en el horizonte- destacó casi a modo de imperativo superyoico 'pro-vida' que "soportar la vida sigue siendo el primer deber de todo ser vivo". Algunos años más tarde, el maestro vendría con la pésima noticia  que en todo sujeto (independientemente de sus condiciones de existencia) es la pulsión de muerte la que siempre se sale con la suya. Su "Más Allá del Principio de Placer".
Para Lacan, el suicidio no representaba un 'acto patológico' (comúnmente llamado en la clínica psiquiátrica y psicoanalítica 'pasaje al acto') sino una mera 'posibilidad' en acto.
Podrá sonar 'reduccionista', 'sacado de contexto' o hasta 'irresponsable' parafrasear y citar a Lacan, quien en 1974 (Televisión) afirmó que el suicidio es “el único acto que tiene éxito sin fracaso”. Unos años antes en el Seminario De un Otro al Otro había sostenido que "La dimensión propia del acto es el fracaso".
Se me ocurre publicar justo un lunes (el mito y/o las estadísticas afirmarían que es el día de la semana con mayor cantidad de suicidios) un artículo escrito a mediados del año 2010, en ocasión que una ola de suicidios adolescentes en la ciudad salteña de Rosario de la Frontera conmoviera la provincia y al país. Lo indigerible de la imposibilidad preventiva de la pulsión de muerte en la pubertad (no sólo en ella). De cuando la culpa desplaza la responsabilidad subjetiva en el acto suicida. Cuando el sujeto muere dos veces.


SUICIDIOS ADOLESCENTES EN SALTA: CUANDO SE MATA AL (EL) SUJETO POR SEGUNDA VEZ

Primero fue el shocking game (un “juego” cada vez más popular entre vastas franjas de adolescentes que consiste en resistir el máximo posible un cuadro de asfixia autoinducida en conjunto con la filmación de la travesura para difundirla por Internet). Después no tardó en llegar la hipótesis de un “instigador” (para el caso, un profesor de baile). Luego, las “condiciones sociales, económicas” pauperizadas como consecuencia de la expansión del monocultivo de soja en la zona con el incremento de la pobreza y la desocupación que, lógicamente, tendría su efecto en los lazos familiares y en la (falta de) contención de los chicos por parte de los padres. Y por último, desde luego, la conductas tipificadas –y autodestructivas per se-  de los adolescentes descriptas por diversas corrientes de la psicología.

La conmoción creciente producida por la sucesión de cuatro suicidios adolescentes en la pequeña y fronteriza localidad salteña de Rosario de la Frontera, en los últimos cuatro meses, ha convocado a que un verdadero “Shopping” de hipótesis policiales y periodísticas (algunas por demás amarillescas) conviva en las páginas de los diarios de masiva difusión con las más variadas teorías explicativas del fenómeno, particularmente desde el campo de la psicología, que para el caso, no se reduciría al psicoanálisis.

Lógicamente que también en nombre del psicoanálisis se han a-firmado en estos días decenas de notas y artículos donde abunda lo que dicen los libros en relación a imitaciones, pasajes al acto, identificaciones, melancolizaciones adolescentes, patologías del acto,  actings out, pulsión de muerte, rechazo a la castración, falta de modelos, caída del Padre, imposibilidad de desinvestir las figuras parentales y cuanto fenómeno visible encontramos en la clínica con adolescentes –y no sólo con ellos-, el cual estará presentado nominal y nosológicamente dependiendo de la corriente del psicoanálisis que se adhiera.

La tragedia de Rosario de la Frontera (y particularmente del sujeto adolescente) nos presenta una oportunidad para quizás decir algo más desde el psicoanálisis de lo ya dicho y de lo que por estos días prolifera en los diarios de tirada nacional sin distinción de un “copy and paste” de algún libro póstumo o paper presentado, eso sí, un tanto más “adaptado” para facilitar la comprensión del lector pagano. Sin dudas que un, el discurso universitario puede ofrecer –aún en la página de un diario- una explicación contingente –y continente- frente a la angustia que despierta de manera proyectada y especular lo siniestro de Salta en el lector de ocasión.

El problema es cuando la extensión de los párrafos vertidos en el papel buscando y describiendo causas y culpas, obturan el sentido de la responsabilidad del sujeto a la hora de un acto, aún aquel que le cuesta la vida, su vida, para no resignar una “libra de carne”.
Pueblo Chico, Infierno Grande
Muchos de quienes nos hemos criado en una ciudad “cosmopolita” –y todavía la habitamos-  solemos envidiar la llamada simpleza de las ciudades y pueblos del interior de nuestro país. Un imaginario que incluye la siesta como institución casi sagrada, donde “todos se conocen” (un fenómeno que suele ser reivindicado en términos de ligazón comunitaria) y no hace falta echar candado a la bicicleta cuando es dejada en la puerta del almacén o el municipio, mucho menos es necesario cerrar la puerta bien entrada la tarde cuando la rutina obliga a salir a la plaza del pueblo para cumplir con el ritual de “la vuelta al perro”, donde los vecinos se cruzan por –al menos- tercera vez durante el día.

Un abismo de distancia con la “locura” de la ciudad, una Ciudad donde en los últimos años que se ha reconvertido como consecuencia de diversos fenómenos históricos, sociales y económicos –la tan mentada reconversión inmobiliaria- cada vez es menos frecuente el banquito en la calle cual panóptico barrial, diríamos hoy una especie en extinción.

Así es descripta Rosario de la Frontera, el epicentro de la tragedia. Pero la serie no empieza allí. Durante el año 2005, en el departamento santafesino de Vera se suicidaron ocho jóvenes en 90 días. También cerca de Rosario, en la ciudad de Villa Gobernador Galvez (cuarta ciudad en importancia en Santa Fe) se registraron nueve suicidios adolescentes entre 1992 y finales de 1993.

¿Qué está pasando, entonces, con el paraíso perdido de la “vida de pueblo” que todavía prevalece en el interior de nuestro país (por lo menos en Rosario de la Frontera, Vera y Villa Gobernador Gálvez) y que propiciaría la fortaleza de los lazos comunitarios como anticuerpo preventivo  para poder evitar este tipo de pasajes al acto “en masa” que termina por acabar la vida de estos, nuestros, adolescentes? Algunos cuantos papeles –o mejor dicho hojas- de una extensa literatura bibliográfica del área social comunitaria parecen correr peligro de arder para poder comprender el fenómeno.

Quizás el recurso salvador resulte ser argumentar los efectos de la crisis económica como “efector” en la ruptura de lazos sociales y comunitarios, a su vez “efector” de la violencia doméstica y el maltrato familiar que amalgamados con el tánatos inherente a la vida anímica de los adolescentes resulta un “cóctel explosivo” y el consiguiente pasaje al acto de los jóvenes.  De lo que se trataría, para el caso, es enmendar con algún dispositivo grupal y comunitario el reestablecimiento de los lazos perdidos y poder prevenir lo que se buscar evitar. Algo muy parecido a lo que en verdadero estado de emergencia se encuentra por estos días organizando el gobernador salteño Urtubey (uno de los máximos señores feudales de la deforestación y el monocultivo de soja en nuestro país) para tapar el sol con la mano. Claro está, cuando la tragedia ya está consumada.

Así las cosas, la explicación sobre la crisis económica y sus consecuencias en el ámbito social y comunitario resultan ser un verdadero monumento a “la particularidad” contingente que acaba por borrar toda singularidad en cada uno de los actos en serie lamentablemente llevados a cabo por los jóvenes hoy sin vida.

La Culpa no es del Chancho…

Paradójicamente el propio psicoanálisis (o quizás algunos psicoanalistas) no se queda atrás a la hora de poder dilucidar una causa desde lo “general” para pretender explicar un fenómeno como este. Si algo enseña el psicoanálisis es que el sujeto (escindido por estructura) no está gobernado por su “yo”. Genialmente Freud describió (y la clínica comprueba día a día) esta “tercer herida narcisista” como una gran decepción a la cual no queda otra que resignarse mientras pretendamos ser parte de una civilización. Nosotros somos quienes creemos que gobernamos nuestros actos como ilusión de completad especular (yoica) pero es siempre el “Otro” (inconsciente) el que determina, insiste y habla por nosotros.

El sujeto adolescente se enfrenta justamente a dicha disyuntiva. Su fantasma se conmueve ante la falta del Otro y es hora de desempolvar los títulos heredados –en el mejor de los casos- para servirse de una ley, su ley, del padre que se plantea matar en lo simbólico. Ya no basta con “querer ser abogado como papá” ante la pregunta obligada de las tías de “qué vas a ser cuando seas grande”. La salida exogámica abre una instancia deseante no solo para ser sino también para ha-ser.

Tramitar la castración en el segundo despertar pulsional desde luego que no es lo mismo que tramitar un registro de conducir. Si para “ser” como papá hay que “ha-ser” otra cosa que papá asistimos a un verdadero tembladeral renegatorio excelentemente descripto por Freud en el imperativo superyoico: “Así como el padre debes ser. Así como el padre no debes ser”.

Esta es la trama crucial en el sujeto adolescente y los recursos simbólicos que dispondrá para arreglárselas frente a la castración simbólica y el caos pulsional de lo Real que indefectiblemente lo invade.

Los vericuetos de la contingencia fantasmática y la estructura pueden resultar un caldo de cultivo para que el adolescente termine identificado al objeto como resto que puede caer. En el mejor de los casos, la culpa que convoca el incesto y parricidio que fanáticamente insisten, dos al precio de uno, puede desembocar, si tenemos suerte, en la formación sintomática o una angustia que pueda abrir un cauce a la interrogación y la pregunta (la palabra del Padre muerto).

Sino, la instancia cada vez más conocida del “vacío” como recurso de obturar la falta, el acto transgresor que convoque un Otro del que no se tienen muchas noticias en el mundo simbólico donde entran las asfixias, los “cuttings”, los trastornos narcisistas o directamente el pasaje al acto al “fuera de escena” que puede terminar por acabar con la vida.

Para completar la “psicoanalización” del fenómeno, que mejor que hablar de lo típico que resulta la “identificación al síntoma” que circula corrientemente como valor de cambio entre los grupos adolescentes (el célebre ejemplo que pone Freud con la carta que recibe una joven en un internado que desencadena que todas sus amigas se pongan a llorar). Seguramente que reorientar, acotar el goce en el adolescente se impone como una proeza para el mismo sujeto (y muchas veces para el analista) en los tiempos de “padres caídos” y prevalencia de lo imaginario frente a lo simbólico donde un Real insiste anárquicamente.

Es la culpa, testigo de lujo del parricidio y el incesto constitucional a cualquier sujeto que pretenda serlo, desear y hablar, una verdadera fuente de formaciones inconscientes y actos peligrosos en el adolescente. Culpa que a veces deschava la deuda simbólica de sus padres, de ese Otro (que mal que nos pese está castrado). El saber popular no falla: hoy, cualquier conductor de un talk show de la tarde, frente a por ejemplo un niño que incurra en conductas indisciplinadas en la escuela, o un joven que camine permanentemente en la cornisa de la transgresión con sus actos, no tardará en decir: “la culpa es de los padres”.

Algo un poco más banalizado pero con el mismo espíritu que un psicólogo social comunitario intentará encontrar, por ejemplo, a la tragedia por la cual muchos adolescentes –como los de Rosario de la Frontera- deben atravesar. Ni que hablar además de muchos psicoanalistas que se ofrecen, justamente, en el lugar del Ideal como “los padres que no pudiste tener” a sus pacientes frente al cúmulo de inhibiciones, síntomas y angustias que suelen obligar a un motivo de consulta, o para mejor, a una demanda de análisis.

Si antes era la “particularidad” que trajo aparejado la ruptura de los lazos comunitarios (y sus consecuencias en la vida familiar) de lo que se valía la psicología social comunitaria para explicar (e intentar remendar) los suicidios de Salta, resulta ahora que somos los psicoanalistas (pero no el psicoanálisis) quienes se valen de “lo general” de la pulsionalidad tanática y las “nuevas patologías del acto” del sujeto adolescente para explicar lo siniestro.

Particularidad por un lado, Generalidad por el otro. Una verdadera paradoja y contradicción en el segundo ejemplo. Las causas y la culpa de lo particular y lo general terminan por relegar algunos de los más valiosos principios de la teoría y práctica del psicoanálisis: la singularidad y la responsabilidad del sujeto en sus actos.

Lo Singular en lo General: Discurso Capitalista en un Alma No Tan Bella

Nobleza obliga, a la hora de prenteder analizar desde el psicoanálisis fenómenos del campo epidemiológico como lo que hoy nos convoca e interroga en Salta, sin partir de algunos conceptos generales sería de un fundamentalismo epistémico grosero, en nombre del “caso por caso”. Sin embargo, insistimos en la necesidad de no perder el hilo abductivo desde una nosología general que tiene como objetivo analizar, prevenir y –por qué no- redireccionar o evitar esta ola de actos suicidas y autoflagelatorios en nuestro jóvenes.

A partir de ahí, nuestra escucha resulta la principal herramienta: “el cuerpo habla”, esa premisa casi bíblica que hasta el día de hoy sostienen los eruditos del área forense, vale también para la clínica psicoanalítica. Habla el cuerpo desemembrado en lo imaginario de la joven anoréxica, habla el cuerpo flagelado con la marca del goce del Otro del adolescente que se corta, habla también el cuerpo suicidado.

Llama la atención que –hasta donde sabemos- todos los pasajes al acto en Rosario de la Frontera fueron llevados a cabo ahorcándose con sogas y corbatas (en este último caso “curiosamente” las corbatas del uniforme escolar). Una notable diferencia con, por ejemplo, los suicidios propiciados en Villa Gobernador Galvez que en su mayoría fueron consumados con un tiro en la cabeza por medio de las armas de fuego de sus propios padres. Vaya novedad de versélas con la ley y la “potencia” fálica del Otro en el trágico juego identificatorio: la corbata de la escuela y el arma de papá (ley) devinieron en un medio para acabar con el sujeto y su deseo.

Los “cuerpos que hablan” en Salta nos muestran un panorama con una cantidad de adolescentes que viven (y mueren) “con la soga al cuello”, a diferencia de los de Santa Fé. Una comerciante de Rosario de la Frontera es muy gráfica a la hora de describir el panorama de la juventud: “Dejan la escuela porque quieren tener plata. Para la moto, la ropa, para parecerse el rico”. Parecerse como “para-ser-sé” es lo que impone superyoicamente en el discurso capitalista del (goce del) Otro social que oferta el consumo compulsivo de objetos en serie como camino a “la felicidad” cuando en realidad se trata de objetivar al sujeto, aplastar su deseo.

La épica frase de un poderoso banco multinacional para promocionar su tarjeta de crédito “Pertenecer tiene sus privilegios” se traduce a los costos de ese pertencer con el correlato de la tragedia manifiesta. Con la  “soga al cuello” con que viven y mueren es una muestra por demás elocuente de un obstáculo de la palabra.

Sin embargo, si nos quedamos con estas premisas para buscar causas y culpas de la tragedia, volvemos a matar por segunda vez al sujeto.  Uno de los padres afligidos por la ola de suicidios en Salta asume en nombre de su generación su presunta culpabilidad, o mejor dicho, su culpa: “Nos preguntamos que hicimos nosotros como padres, por qué no los escuchamos, por qué estamos tan metidos en nuestro trabajo. Ellos nos dicen cosas, incluso a través del silencio”.

Nada mejor para pintar la escena: es el silencio del cuerpo (muerto) que habla desde lo Real. Son estos padres que de manera culposa y autoflagelatoria desvinculan la responsabilidad del sujeto en cuestión a la hora de encontrar explicaciones y valerse de un duelo. Duelo del adolescente, pasaje al acto, duelo de los padres plagados de desmentidas en las dos generaciones.

Sin lugar a dudas el sujeto adolescente ubicado en estas coordenadas generales y particulares deviene a víctima, pero también es responsable. Si algo enseña el psicoanálisis es que la responsabilidad subjetiva convive con la determinación inconsciente. Y ahí es donde cabe bucear en la singularidad del “caso por caso”. Transformar al sujeto en lo que Lacan, basándose en Hegel, presentaba como alma bella (cuando el sujeto no se implica con su goce) es matarlo por segunda vez, ya sea como mecanismo renegatorio en su duelo, ya sea en nombre de las generalidades de la determinación inconsciente o de las particularidades económicas y sociales. Qué mejor que la irónica e histórica pregunta de Freud a Dora: “¿Y tú que tienes que ver con todo esto que te sucede?”

Una pregunta que lógicamente se plantearía como siniestra frente a un cuerpo muerto y suicidado. Una pregunta que hoy cobra un valor fundamental en la clínica de los bordes y las patologías del acto tan presente en un vasto sector de nuestros jóvenes. De-volver la responsabilidad subjetiva a los adolescentes en riesgo (y a sus padres). De-limitar causa, culpa y responsabilidad para que emerja una singularidad deseante hoy aplastada por el goce del Otro, y muchas veces también, por el discurso universitario que parte desde diversos campos referenciados con el psicoanálisis a la hora de explicar la tragedia de nuestros jóvenes.

Hernán Scorofitz


No hay comentarios:

Publicar un comentario