SECCIÓN INCONSCIENTE Y LUCHA DE CLASES
Publicado en Revista Topía Nº56, Septiembre 2009
“Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno” (frase predilecta de K.
Marx cuya autoría se la atribuyer al comediante griego Publio Terencio, muerto
presumiblemente en el año 169 a.c.)
“Una cultura que deja insatisfecho a un número
tan grande de sus miembros y los empuja
a la revuelta, no tiene perspectiva de conservarse de manera duradera ni
lo merece…” (S. Freud)
El libro “A la
izquierda de Freud” publicado recientemente por Topía se presenta en
sociedad con un título que provocativamente obliga a cualquier individuo que se
referencie con el campo del (o los) psicoanálisis y el marxismo a sumergirse en
su interior. El contexto particularísimo de su aparición agrega una pizca de
sabor a la consulta: el cuadro mundial de derrumbe capitalista por un lado, y
los desafíos que se presentan cotidianamente en la clínica psicoanalítica
vinculados con los padecimientos subjetivos (este último factor indudablemente
vinculado con el primero).
Creo que sería una redundancia volver a destacar conclusiones
aportadas en su momento por la corriente llamada “freudomarxista”, independientemente
de la opinión crítica que –como freudianos y marxistas- podamos tener sobre las
mismas. En el contenido del libro se marca la diferencia entre los distintos
autores que se pretende reivindicar de conjunto: mientras algunos intentaron generar
una “transdisciplina” a manera de síntesis del marxismo y el psicoanálisis,
otros promovieron integrar algunos conceptos del marxismo en la práctica
clínica psicoanalítica (como el caso de José Bleger, Enrique Pichón Riviere o
Marie Langer que a diferencia de un Erich Fromm o Herbert Marcuse se
caracterizaron por su trascendencia en la práctica del campo de la salud
mental).
Sin embargo, la
riqueza de una crítica literaria –y por qué no que intente preciarse desde una
perspectiva científica- radica muchas veces en señalar críticamente sus
contradicciones, limitaciones y lo que podrían considerarse hasta ciertos prejuicios
para abrir interrogantes frente a las hipótesis planteadas por muchos de los
autores y rescatadas por el prestigioso psicoanalista Alejandro Vainer en su
introducción.
¿Qué diría hoy Wilhelm
Reich –dejamos de lado por razones obvias su práctica sobre el “orgón- de la
actual cultura “represiva” como fuente etiológica de las neurosis cuando en un
país capitalista atrasado se eleva como el máximo símbolo “vedetteril” a una
“mujer” que no nació mujer? (y hasta contrae matrimonio en “cadena nacional”
regocijando a millones de señoras gordas en vivo y en directo que la toman como
ideal). O el propio Herbert Marcuse, en tiempos en que el “establishment”
burgués reivindica que un “afroamericano” presida la principal potencia
imperialista en todo el mundo en simultáneo a que una mujer lesbiana (o sea
oprimida por su condición de género y elección de objeto) ha tomado las riendas
del Estado en Islandia luego de la primer gran crisis política desenvuelta a
partir del profundo derrumbe bursatil del 2008.
Claro está, que
estos aspectos distintivos no han sido consecuencia de ninguna transformación
social de carácter revolucionario; lejos de eso, junto a estos fenómenos
culturales “nuevos” (por nombrar sólo algunos), los síntomas neuróticos de hoy
día se potencian en inhibiciones y angustias no vistas en el campo clínico de
los tiempos de la moral victoriana de Freud ni de la cultura del malestar
(sexual y social) de Reich y Marcuse.
Resulta llamativo
que en A La Izquierda de Freud no se señale que el “discurso
capitalista” en gran parte se ha apropiado de muchas de las históricas
reivindicaciones de la “contracultura”, además de ponerlas en práctica
cotidianamente. Ante el cuadro planteado ¿de qué lado quedaría ese “plus” de la
“plusrepresión” marcuseana y su “principio de ejecución” cuando el discurso
capitalista ya –hace un rato largo- no nos convoca a privarnos de lo que unos
pocos gozan sino justamente a todo lo contrario, a gozar ilimitadamente como si
fueramos ese “Otro”?
Intentar acercarse
a una solución de algunas de estas disyuntivas refundando un nuevo
“freudomarxismo” modelo tercer milenio (algo así como la versión “socialista”
en Venezuela del General Hugo Chavez con su “socialismo del siglo XXI”) podría
ser una buena intención. Muy claramente, y de manera un tanto audaz, el propio
Vainer invita al lector en el cierre de su introducción a un “transitar a la izquierda de Freud”
(negritas del autor original).
Primero, creo
conveniente interrogarnos sobre el sugerente título del libro (y la conclusión
en la introducción del mismo por parte de Vainer). ¿Por qué y para qué
“transitar a la izquierda de Freud”, esto es “correrlo a la izquierda”, o peor
aún, correrlo “por izquierda” cuando él mismo ni remotamente
pretendió referenciarse con el campo marxista?
Sabido es que Freud
no era un revolucionario en términos marxistas. Simplemente era un médico
pequeñoburgués que elaboró una teoría –recortada-
del sujeto (y su padecer) a partir de su práctica clínica, el descubrimiento
del inconsciente y las constantes reformulaciones que fue desarrollando, las
cuales nunca pretendieron erigirse como una salida política a las
contradicciones insalvables del régimen capitalista. El mismo Freud “sociólogo”
se encarga de aclarar eso en obras como “El Malestar de la Cultura”, “El
Porvenir de una Ilusión” y en la olvidada conferencia 35 de “Nuevas Lecciones
Introductorias del Psicoanálisis” titulada Weltanshaung
(en alemán, “Concepción del Mundo”) donde resalta que el psicoanálisis no es
una doctrina “completa” de la condición
humana –a diferencia del marxismo como lo dice el propio Freud-. Es interesante
seguir línea a línea dicha conferencia ya que Freud destaca los descubrimientos
de Marx en relación al análisis materialista de la historia, mientras que se
delimita del mismo padre del materialismo dialéctico por no haber tenido en
cuenta el factor pulsional tanático
en los períodos convulsionados. Eso lo pinta de cuerpo entero. Si tuviéramos el
privilegio de tener vivo a Freud, también podríamos irrespetuosamente
preguntarle por qué Marx debería haber “descubierto” su último dualismo
pulsional (si para el propio Marx el “problema económico” (del masoquismo, por
qué no) pasaba por las relaciones sociales de producción.
En ese sentido, discutamos
todo lo que tengamos que discutir en relación a que perspectivas se presentan
para el campo de la izquierda revolucionaria en la presente crisis capitalista voraz
pero en relación a ese debate, bien podríamos apiadarnos de Freud sin necesidad
de transitar “a su izquierda” (mucho menos “correrlo por izquierda”) y dejarlo
desacansar en paz.
Con esto no se
pretende “encultecer” a nuestros padres teóricos cuando muchas veces se trata
(con el costo que eso tiene para nuestra angustia) de ir más allá de ellos,
pero en su propio campo teórico. Sobre esto, Jacques Lacan planteó su
“pere-versión”. Curiosamente el libro (salvo un par de alusiones pasajeras)
omite de una manera monumental al psicoanalista francés, quien a pesar de sus
erradas intervenciones políticas “in
situ” durante las jornadas revolucionarias del Mayo francés, de nunca haber
pretendido fundar un “freudomarxismo” afrancesado ni transitar a la izquierda
de Freud, sumado a la epidemia de posiciones reaccionarias asumidas desde hace
tiempo por varios “popes” lacanianos (empezando por el propio Jacques Alain
Miller), ha aportado desarrollos –por lo memos llamativos- en el campo del
psicoanálisis vinculados a las categorías marxistas.
Conceptos como “plus de
goce” (en algunos aspectos parecido al concepto mascuseano de “plusrepresión”),
“objetos gadgets” y el “discurso capitalista” como nuevo “discurso amo” de un
régimen histórico en decadencia –y su incidencia en el sujeto y sus síntomas- merecerían
un lugar a la hora de reivindicar, aunque sea como mero interés intelectual, la
articulación de categorías del psicoanálisis y el marxismo (sin con esto
pretender desde luego que la revolución socialista llegará promoviendo
masivamente el Seminario 17 de Lacan); no es menor que hasta el propio Lacan
–al igual que en el caso de Freud, dentro de sus limitaciones ideológicas
pequeñoburguesas- calificó a Karl Marx como el “inventor del síntoma”.
Quizás quedaría
para otro debate las elucubraciones sobre el supuesto carácter “oscurantista”
de la concepción lacaniana del discurso como instancia de determinación subjetiva;
sin embargo, la inexistencia de Lacan en A la Izquierda de Freud también
marca una posición –por lo menos- en el campo de la clínica psicoanalítica
actual.
Por último, cabría
analizar si los actuales desafíos en el campo de la clínica (los cuales vienen
siendo desarrollados hace años desde diferentes perspectivas por la Revista Topía)
sumado a las propias y groseras limitaciones y desviaciones de un importante
sector de la izquierda revolucionaria mundial (o por lo menos de aquella que se
reivindica como tal) se remiten a la falta de una nueva “praxis de
transformación individual y social” propuesta por Vainer como perspectiva a una
transdisciplina “todo terreno” que se mueva entre el diván y la lucha de
clases.
Las desviaciones
mencionadas acarrean elementos más
profundos. Si partidos que dicen referenciarse con el marxismo han apoyado en
su momento un gobierno fascista y parapolicial como el de Isabel Perón, o el
propio golpe genocida de 1976 o para no ir tan lejos, más recientemente han
flameado sus banderas rojas junto a la reaccionaria oligarquía terrateniente a
metros de la Sociedad Rural Argentina, estas grotescas y crminales acciones
políticas no se remiten a una falta de comprensión teórica en relación a los
aportes que pueda realizar en esta etapa el psicoanálisis al marxismo y
viceversa.
Para el campo de la
clínica y sus nuevas presentaciones, la actual singularidad del padecimiento
subjetivo en todas sus manifestaciones (derrumbes narcisistas, adicciones,
actings, etc.) dificilmente puedan ser resueltas impulando un “ideal
socialista” desde el deseo del analista si no tenemos en cuenta –tomando desde
luego como elementos en el “caso por caso” los llamados “signos de la época- qué
está en juego en el deseo del sujeto. Lo que está en juego ahí es nada más y
nada menos que la ética del psicoanálisis.
Si bien la lucha de
clases y la etapa histórica de descomposición de un régimen se entromete sin
avisar por la ventana del consultorio a través del discurso del sujeto analizante –en el mejor de los casos- el
problema del “QUÉ HACER” frente las
tareas postergadas que puedan dar lugar a una nueva etapa histórica para el
sujeto y el conjunto de la humanidad ya están resueltas desde hace décadas en
el campo del marxismo. No hace falta inventar nada nuevo, menos refritarlo. La toma de
conciencia (revolucionaria) de la clase no surgirá en un diván, ni el neurótico
se reencontrará con su deseo aplastado por medio de un “insight” socialista.
Frente al derrumbe
capitalista, la “caída del Padre” y sus consecuencias subjetivas, tanto en la
singularidad del individuo como en su pertenencia de clase, resulta hasta
peligroso fundir en un oximorón la tarea del Partido revolucionario y los problemas
actuales de la clínica psicoanalítica.
La misma praxis
revolucionaria y psicoanalítica (cada una desde su lugar) irá decantando sus
tareas y posiciones, sin necesidad de transitar “a la izquierda de Freud”.
“La crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección
revolucionaria” (L. Trotsky)
“Acá desde esta tribuna, enunciamos lo que el psicoanálisis nos permite
concebir, es por la vía que abrió el marxismo, a saber que el discurso está
ligado a los intereses del sujeto” (J. Lacan)
Hernán Scorofitz
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